Cuántas veces habremos oído que más de
cuatrocientos millones de personas compartimos el español como lengua materna
común. Cuántas veces hemos dicho que las palabras de esa lengua común viajan de
un lado a otro, de una página a otra, de una boca a otra; unas viajan como
turistas, otras emigran para quedarse, desde el nacimiento de nuestro idioma y
cada día más veloces.
Pero una cosa es con guitarra y otra con
violín; una cosa es oírlo y decirlo y otra muy distinta y mucho más emocionante
es experimentarlo. La presentación del Diccionario
del español dominicano en la Universidad de Miami nos demostró a todos que
nuestro idioma común nos une más allá de fronteras físicas o políticas y más
allá de circunstancias personales.
Los académicos dominicanos fuimos a Miami a
presentarles a los dominicanos residentes allá una obra que les apoye en la
tarea hermosa pero ardua de mantener la identidad lingüística cuando se vive en un país con otra lengua
oficial. Nos encontramos con una comunidad hispanohablante de las procedencias
más variopintas pero que lleva a gala su lealtad lingüística. Comparten un
inmenso caudal de palabras comunes y, además, intercambian una fuente
inagotable de nuevas voces y significados llegados de los más remotos rincones.
Los historiadores de la lengua rastrearán minuciosamente el viaje de cada una
de estas palabras pero los hablantes han conseguido su verdadero objetivo: lograr
que las fronteras se diluyan.
La Academia Norteamericana de la Lengua
Española, nuestra anfitriona en Miami y dentro de poco en Nueva York, tiene
como responsabilidad el estudio de esta impresionante realidad en una de las
mayores comunidades de hablantes de español del mundo. Cuenta con nuestra
admiración y nuestro respeto.
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