martes, 26 de febrero de 2013

Como cada febrero

Como cada febrero llega el carnaval, fiesta antiquísima y tradicional donde las haya. Sus orígenes se pierden en las raíces de nuestra cultura y su celebración se impregna en cada lugar de múltiples referencias locales y universales. Si una fiesta habla de lo que hemos sido y de lo que somos esa es el carnaval. La palabra carnaval tiene en su origen la antigua palabra italiana palabra carnelevare, que se formó por la unión de carne y levare (´quitar'). En español tenemos un sinónimo menos conocido, las carnestolendas. Su origen es el mismo: de carnes y tollendus, del verbo tollere, que significa 'quitar, retirar'.

Ambos sustantivos se refieren a los tres días que preceden al comienzo de la Cuaresma y responden a la tradición occidental de ayuno durante esta temporada de preparación de la Pascua de Resurrección. Por extensión, la palabra carnaval nos sirve para referirnos a las fiestas que tienen lugar por estas fechas. Me encanta la definición que de esta acepción nos ofrece el Diccionario de la Real Academia: 'Fiesta popular que se celebra en tales días (refiriéndose a los que preceden a la Cuaresma), y consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos'.

No le falta un detalle. Están el baile y los disfraces, las máscaras y las comparsas; como música de fondo nos parece escuchar los pitos, las risas y el bullicio de los que se divierten y celebran para compensar lo que se les viene encima. El carnaval parece ser eterno porque siempre tendremos temporadas difíciles que compensar con alegría y desenfreno.

domingo, 24 de febrero de 2013

Matos Moquete en la Academia Dominicana de la Lengua

                                        ACADEMIA DOMINICANA DE LA LENGUA

CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

Fundada el 12 de octubre de 1927

"La Lengua es la Patria"

Santo Domingo, República Dominicana

 INVITACIÓN

    La Academia Dominicana de la Lengua se complace en invitarle a la Conferencia Magistral  "Los escritores dominicanos en la Nueva Gramática de la RAE", que será dictada por el académico de número Manuel Matos Moquete, en el marco de la Actividad Conferencias Magistrales de la institución. 

    El  acto literario se realizará en la sede de nuestra Corporación, el jueves 28 de febrero de 2013, a las 5:00 pm.

                            Lugar: C/ Mercedes 204, Ciudad Colonial

acadom2003@hotmail.com

809-687-9197.

Partes de un todo

Cuando dividimos un todo en partes iguales y queremos nombrar cada una de ellas necesitamos una clase especial de palabras a la que llamamos numerales fraccionarios o partitivos. Nos comemos la quinta parte de la pizza a pesar de que hemos decidido seguir una dieta o guardamos la mitad del bizcocho para mañana. Para expresar una parte de un todo (la pizza o el bizcocho) hemos acudido a un numeral fraccionario (quinta como adjetivo y mitad como sustantivo). En nuestra lengua disponemos de adjetivos (la cuarta parte de los alumnos) y sustantivos (un tercio de los beneficios) que ejercen como tales. Cada fracción dispone del suyo propio; algunos incluso tienen dos formas que realizan la misma función. Si hablamos de una hogaza de pan dividida en doce pedazos cada uno de ellos será la doceava (o la duodécima) parte del total.


 

Hasta aquí no parece haber problemas; sin embargo, en muchas ocasiones, usamos erróneamente los numerales fraccionarios como numerales ordinales. Decimos el *dieciseisavo aniversario cuando nos referimos al decimosexto aniversario; celebramos el *quinceavo cumpleaños cuando lo que debemos celebrar es el decimoquinto cumpleaños. El truco está en recordar que el sufijo –avo está especializado en la formación de los numerales partitivos (onceavo, quinceavo, veinteavo). Los numerales que terminan en –avo o –ava, por lo tanto, no pueden usarse para expresar el lugar en un orden. Las inevitables excepciones son octavo y todos sus compuestos (decimoctavo, vigésimoctavo…) que pueden usarse como partitivos y como ordinales.


 

La lengua tiene como misión la expresión de multitud de contenidos con el menor esfuerzo posible. Para cumplir con este objetivo especializa sus piezas y las hace encajar con precisión. Los hablantes somos los responsables de aceitar y echar a andar este sofisticado mecanismo.

 
 


 

jueves, 14 de febrero de 2013

Hasta aquí

La influencia del inglés en nuestra lengua es indudable. También la de nuestra lengua en el inglés, no vayan a creer. Las lenguas no son compartimentos estancos. Al contrario, son productos culturales muy permeables. La cercanía con territorios en los que se habla otra lengua siempre potencia el contacto. Nuestra relación con el inglés no se debe solo a una cercanía territorial sino que nace de una influencia cultural y mediática inevitable, mucho más si tenemos en cuenta la numerosísima población dominicana que vive en los Estados Unidos.

Un ejemplo curioso de esta influencia es nuestra forma peculiar de leer algunas siglas. Las usamos para referirnos abreviadamente a una expresión formada por varias palabras y las construimos con las letras iniciales de cada una de estas palabras. Para leerlas usamos el deletreo (ONG [o-ene-gé] o PC [pe-cé]) o, como en el caso de los acrónimos, la lectura secuencial (ONU [onu] o FAO [fao]).

¿No les sorprende que la presión del inglés pueda colarse incluso en la lectura de las siglas? Difícilmente lo notamos ya puesto que las usamos con mucha frecuencia. Los CD [cidí], los DVD [dibidí] y los VIP [biaipi] son el pan nuestro de cada día. Adoptamos sin pensarlo la lectura deletreada en inglés y solo somos conscientes de ella cuando, por casualidad, oímos estas mismas siglas deletreadas por algún hablante que las lee en español. Las hemos hecho tan nuestras que el uso las acabará imponiendo a pesar de su extrañeza. Las cosas de la lengua son así por más que queramos resistirnos.

jueves, 7 de febrero de 2013

Un vacío más

    Algunos trabajamos con las palabras y sabemos que, a pesar de que conocemos su historia y su carácter, no pasa un día sin que se resistan a decir lo que queremos decir, sin que nos falten, sin que las tengamos en la punta de la lengua, de la pluma o del teclado. Los que trabajamos con las palabras estamos de luto. Hemos perdido a un creador que conseguía lo que para la mayoría de nosotros es un ideal: claridad, concisión y expresividad.

    Antiguamente se consideraba humor cada uno de los líquidos que forman parte de un organismo vivo. En las personas predominaba el buen o el mal humor. La palabra adquirió el significado de 'jovialidad' o de 'buena disposición para hacer algo'. La familia creció y supimos del humorismo (según el DRAE, 'Modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas').

    Los que hacen humor de calidad trabajan con esa condición íntima y vital del ser humano a la que se puede llegar, como hacía Harold Priego, a través del trazo correcto y la palabra acertada. Cuando lo conocí personalmente, sus ojos y su presencia traslucían la chispa que cada día encontraba en sus viñetas. A los que trabajamos con las palabras y a los que disfrutamos de ellas nos deja un poco más huérfanos la pérdida de un creador que conseguía que dijeran exactamente lo que él quería decir.

    Me he estremecido al ver el crespón en los brazos de sus personajes al frente de Diario Libre. Ellos forman ya parte del imaginario colectivo de los que todavía buscamos en los periódicos preguntas y respuestas. Los que trabajamos con las palabras tenemos hoy un maestro menos y un vacío más.