Cuando dividimos un todo en partes iguales y queremos nombrar cada una de ellas necesitamos una clase especial de palabras a la que llamamos numerales fraccionarios o partitivos. Nos comemos la quinta parte de la pizza a pesar de que hemos decidido seguir una dieta o guardamos la mitad del bizcocho para mañana. Para expresar una parte de un todo (la pizza o el bizcocho) hemos acudido a un numeral fraccionario (quinta como adjetivo y mitad como sustantivo). En nuestra lengua disponemos de adjetivos (la cuarta parte de los alumnos) y sustantivos (un tercio de los beneficios) que ejercen como tales. Cada fracción dispone del suyo propio; algunos incluso tienen dos formas que realizan la misma función. Si hablamos de una hogaza de pan dividida en doce pedazos cada uno de ellos será la doceava (o la duodécima) parte del total.
Hasta aquí no parece haber problemas; sin embargo, en muchas ocasiones, usamos erróneamente los numerales fraccionarios como numerales ordinales. Decimos el *dieciseisavo aniversario cuando nos referimos al decimosexto aniversario; celebramos el *quinceavo cumpleaños cuando lo que debemos celebrar es el decimoquinto cumpleaños. El truco está en recordar que el sufijo –avo está especializado en la formación de los numerales partitivos (onceavo, quinceavo, veinteavo). Los numerales que terminan en –avo o –ava, por lo tanto, no pueden usarse para expresar el lugar en un orden. Las inevitables excepciones son octavo y todos sus compuestos (decimoctavo, vigésimoctavo…) que pueden usarse como partitivos y como ordinales.
La lengua tiene como misión la expresión de multitud de contenidos con el menor esfuerzo posible. Para cumplir con este objetivo especializa sus piezas y las hace encajar con precisión. Los hablantes somos los responsables de aceitar y echar a andar este sofisticado mecanismo.
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