Como cada febrero llega el carnaval, fiesta antiquísima y tradicional donde las haya. Sus orígenes se pierden en las raíces de nuestra cultura y su celebración se impregna en cada lugar de múltiples referencias locales y universales. Si una fiesta habla de lo que hemos sido y de lo que somos esa es el carnaval. La palabra carnaval tiene en su origen la antigua palabra italiana palabra carnelevare, que se formó por la unión de carne y levare (´quitar'). En español tenemos un sinónimo menos conocido, las carnestolendas. Su origen es el mismo: de carnes y tollendus, del verbo tollere, que significa 'quitar, retirar'.
Ambos sustantivos se refieren a los tres días que preceden al comienzo de la Cuaresma y responden a la tradición occidental de ayuno durante esta temporada de preparación de la Pascua de Resurrección. Por extensión, la palabra carnaval nos sirve para referirnos a las fiestas que tienen lugar por estas fechas. Me encanta la definición que de esta acepción nos ofrece el Diccionario de la Real Academia: 'Fiesta popular que se celebra en tales días (refiriéndose a los que preceden a la Cuaresma), y consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos'.
No le falta un detalle. Están el baile y los disfraces, las máscaras y las comparsas; como música de fondo nos parece escuchar los pitos, las risas y el bullicio de los que se divierten y celebran para compensar lo que se les viene encima. El carnaval parece ser eterno porque siempre tendremos temporadas difíciles que compensar con alegría y desenfreno.
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