Algunos trabajamos con las palabras y sabemos que, a pesar de que conocemos su historia y su carácter, no pasa un día sin que se resistan a decir lo que queremos decir, sin que nos falten, sin que las tengamos en la punta de la lengua, de la pluma o del teclado. Los que trabajamos con las palabras estamos de luto. Hemos perdido a un creador que conseguía lo que para la mayoría de nosotros es un ideal: claridad, concisión y expresividad.
Antiguamente se consideraba humor cada uno de los líquidos que forman parte de un organismo vivo. En las personas predominaba el buen o el mal humor. La palabra adquirió el significado de 'jovialidad' o de 'buena disposición para hacer algo'. La familia creció y supimos del humorismo (según el DRAE, 'Modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas').
Los que hacen humor de calidad trabajan con esa condición íntima y vital del ser humano a la que se puede llegar, como hacía Harold Priego, a través del trazo correcto y la palabra acertada. Cuando lo conocí personalmente, sus ojos y su presencia traslucían la chispa que cada día encontraba en sus viñetas. A los que trabajamos con las palabras y a los que disfrutamos de ellas nos deja un poco más huérfanos la pérdida de un creador que conseguía que dijeran exactamente lo que él quería decir.
Me he estremecido al ver el crespón en los brazos de sus personajes al frente de Diario Libre. Ellos forman ya parte del imaginario colectivo de los que todavía buscamos en los periódicos preguntas y respuestas. Los que trabajamos con las palabras tenemos hoy un maestro menos y un vacío más.
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