martes, 30 de abril de 2013

Acusación infundada


La riqueza innegable de nuestra lengua se muestra, entre otros aspectos, en la polisemia. Nuestras palabras acumulan a lo largo de su historia, y gracias al uso de los hispanohablantes, múltiples, y a veces variopintos, significados.
Nos acostumbramos a usarlas con un sentido y nos sorprenden en ocasiones con su aparición en el momento y el contexto más insospechado. Esa sorpresa pudo acabar en disgusto en el caso de un ciudadano que envió  un escrito a un organismo administrativo. En la respuesta oficial este organismo acusaba recibo de su carta y citaba al ciudadano. Este, ni corto ni perezoso, respondió indignado que no entendía por qué era acusado por el simple hecho de haber escrito una carta.
El malentendido parece surgir del desconocimiento de una de las acepciones del verbo acusar (hasta once se registran en el diccionario académico). La más conocida y usada es indudablemente la primera: ‘Imputar a alguien algún delito, culpa, vicio o cualquier cosa vituperable’. La acepción de acusar que provocó, por desconocimiento, la indignación del autor del escrito es la que en el DRAE se define como ‘avisar, notificar el recibo de cartas, oficios, etc.’. Nada que ver con delitos, vicios o imputaciones. Recuerden que también podemos usar este verbo para expresar que alguien o algo muestra los efectos de un golpe, ya sea real o figurado: Su rostro acusa los efectos de una larga enfermedad.    

Un sonido para dos letras


Siempre me ha sorprendido el curioso afán de muchos comunicadores y de muchos docentes, salvo honrosas excepciones, por diferenciar la pronunciación de nuestras queridas, y en ocasiones odiadas, b y v. En español la pronunciación bilabial, es decir, aproximando o cerrando los labios, es la correcta para ambos fonemas.

            La distinción entre b y v, al pronunciar esta última como fonema labiodental, apoyando los dientes superiores sobre el labio inferior, es forzada y no responde a la realidad de nuestra lengua. Fuerzan la pronunciación afectada y, en cuanto “bajan la guardia”, regresan a la pronunciación natural y correcta. Lo más sorprendente es encontrar este fenómeno en hablantes que no observan la mayoría de las reglas para emplear nuestro idioma con corrección. Poco o nada les preocupa la propiedad en la elección del vocabulario, la conjugación correcta de los verbos o la concordancia de género o número. Sus esfuerzos por expresarse bien se reducen a esa inverosímil diferencia de pronunciación. Muy bien podrían ahorrárselos.  

          La b y la v en español representan el mismo sonido y sólo se distinguen en la escritura. Se pronuncian igual basto y vasto, sabia y savia.  Nos dan nuestros quebraderos de cabeza, es verdad, pero no tan graves que no puedan curarse con algunas reglas ortográficas muy elementales y sobre todo, con mucha lectura, que suele ser el remedio para muchos males.

 

 

miércoles, 24 de abril de 2013

Feliz Día del Libro


Me contaba mi madre, lectora empedernida, que la lectura de algunos pasajes de El Quijote le provocaba tales carcajadas que la obligaban a salir de la biblioteca. Yo, que he releído la obra universal de Cervantes en varias ocasiones, heredé su gusto por las buenas novelas y sigo disfrutando con la genialidad del autor y con la personalidad del héroe manchego. La celebración hoy, como cada 23 de abril, del Día Mundial del Libro conmemora la fecha en que fallecieron dos grandes genios de la literatura universal, William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra. 

La página electrónica de la UNESCO (www.unesco.org) nos propone ocho actividades para participar en esta celebración. Seguro que alguna de ellas encaja con nuestra personalidad o con nuestras posibilidades. Si estamos hechos unos tuiteros de pro, podemos compartir las citas de nuestros autores favoritos a través de la etiqueta #DíadelLibro. También podemos seguir la celebración en @UNESCO_es. Si fiebramos con Internet, podemos probar a descargarnos, gratuitamente, los libros publicados hace más de 100 años o a consultar la Biblioteca Digital Mundial que la página de la UNESCO pone a nuestra disposición.  

Mucho más fácil que todo esto. Relájese, inspire, tome un libro, en cualquier formato, ábralo por la primera página y lea. Tan simple como esto. No necesita más que tiempo y ganas de divertirse y aprender. Y, por supuesto, saber leer. No olvidemos valorar la importancia de esa gran herramienta que damos con frecuencia por supuesta y de la que no disfruta una parte importante de la humanidad. En nuestro país una tasa de analfabetismo que supera el 10% debe obligarnos a reaccionar.   

sábado, 20 de abril de 2013

Ay, cuántos periquitos hay ahí


Una lectora se interesa, a través del servicio de consultas de la Academia Dominicana de la Lengua, por los diferentes usos de tres palabras muy similares en su pronunciación. Precisamente su parecido suele provocar confusiones a la hora de ponerlas por escrito. Las dudas pueden ser resueltas en un santiamén con un pequeño análisis.
Si nuestro deseo es reflejar un sentimiento de tristeza o de dolor o reproducir un quejido o un suspiro, debemos elegir la interjección ay, escrita sin hache y con ye. ¡Ay, cuántos periquitos tiene la ortografía!
Si, en cambio, lo que queremos expresar es la existencia de algo, elegiremos la forma hay, tercera persona singular del presente del verbo haber, escrita con hache y ye. Hay muchas formas de mejorar nuestra ortografía; leer es una de ellas. Recuerden que cuando el verbo haber expresa existencia se usa siempre en singular. Hay que evitar, por tanto, expresiones como *hubieron muchos que no lo escribieron bien.
Además podemos encontrarnos con una tercera forma que se diferencia de las dos anteriores por la posición de su acento. Se trata del adverbio de lugar ahí, palabra aguda, con acento en la última sílaba, y que lleva tilde por terminar en vocal. Este adverbio se escribe con hache intercalada entre las vocales y con i. Ahí está precisamente su diferencia ortográfica.
Aprender a usar correctamente estas tres palabras depende solo de un pequeño esfuerzo de análisis antes de ponerlas en el papel o en la pantalla. Siempre hay la opción de preguntar en consultas@academia.org.do.  Ahí encontrarán respuesta a muchas de sus dudas relacionadas con la lengua española. Ay, cuántos errores evitaríamos con solo pensar antes de escribir y con releer lo que escribimos. 

jueves, 11 de abril de 2013

La destreza de escribir y el hábito de leer


Ojeando un libro sobre gramática me encontré en estos días una frase que su autor eligió para que lo encabezara. La frase, escrita por Cécile Ladjali, reza así: “Nadie es capaz de escribir si no ha leído mucho”. Yo añadiría un matiz: nadie es capaz de escribir bien si no ha leído mucho.
Muchos de los que reconocen sus carencias en ortografía y redacción se sorprenderían de lo que puede hacer por mejorarlas la lectura de un buen libro. Casi imperceptiblemente el lector interioriza la cadencia de las palabras y de la frase y, al mismo tiempo, su memoria visual adquiere práctica en la forma de correcta de escribir cada término.
Decía Gustave Flaubert que “nunca nos cansamos de leer lo que está bien escrito”. Con la lectura habitual conseguimos que nos parezcan extrañas las palabras mal escritas y también las frases mal redactadas. Fíjense que me refiero a la lectura habitual. Este adjetivo se aplica, según el Diccionario de la Real Academia, a lo ‘que se hace con continuación o por hábito’. La relación cercana con los libros se enseña y se adquiere como otros hábitos (lavarse las manos o cepillarse los dientes) hasta hacérsenos imprescindible. Se aprende con la costumbre hasta hacerse necesaria y se aprende también reconociendo el hábito en nuestro entorno familiar. Muchos padres se quejan de que sus hijos no leen; muchos adultos nos quejamos de que los jóvenes no leen. El análisis de esta realidad debe partir de una sola pregunta: ¿nos ven leer?

Nuevos ritmos, nuevas palabras


           La música, en toda su extraordinaria variedad, nos acompaña en muchos momentos de nuestra vida. En el siglo XX la de origen americano ha estado especialmente presente en nuestra cultura y ha originado fusiones y nuevos estilos a los que hemos tenido que buscar nombre, generalmente condicionados por los términos originales en inglés.
 

            Con frecuencia adoptamos la palabra extranjera tal cual. Así sucede con el jazz o el blues, géneros musicales de orígenes afronorteamericanos. La ortografía exige que se haga notar su condición de extranjerismos no hispanizados y que se marquen tipográficamente. Si los escribimos a mano debemos usar las comillas; si el medio usado nos lo permite, debemos elegir la cursiva.  

            Es el mismo caso del reggae, de origen jamaiquino (o jamaicano, como lo prefieran), cuya cadencia rítmica inconfundible nos invita inevitablemente a bailar. En nuestros días hemos echado mano de esta palabra para crear otra que sirviera para nombrar a un recién llegado, esta vez de origen caribeño hispánico: el reguetón. Cada día más presente (para algunos incluso demasiado presente), su popularidad nos obliga a saber cuál es su escritura correcta. En un breve repaso por los medios escritos encontramos formas para todos los gustos. Un trabalenguas que podemos evitar si seguimos la recomendación académica de preferir las formas hispanizadas para el sustantivo reguetón y para sus derivados reguetonear y reguetonero, ra. Así figuran ya en las páginas del Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias. Si nos decantamos por estas formas hispanizadas podemos prescindir de las cursivas para dejarnos llevar solo por el ritmo.   

ACUERDO INSTITUCIONAL PARA MEJORAR LA CALIDAD DEL ESPAÑOL EN LA REPÚBLICA DOMINICANA

La Academia Dominicana de la Lengua y la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua firmaron un acuerdo institucional con el Tribunal Constitucional para la formación lingüística de los magistrados. Pueden consultar los detalles en el siguiente enlace: