Ciertos acontecimientos históricos nos obligan a plantearnos el uso correcto de las palabras; con más razón si el hecho no es muy habitual o, incluso, excepcional. Hace unas semanas la reina Beatriz de Holanda anunció su deseo de dejar el trono en manos de su hijo. Poco después nos despertamos con la noticia de que el papa Benedicto XVI había decidido no continuar ejerciendo como tal.
Si queremos expresar que la reina de Holanda renunció a su soberanía, diremos que abdicó la Corona o que abdicó de la Corona. Si deseamos añadir que la cedió a su heredero, lo expresaremos así: Beatriz de Holanda abdicó en favor de su hijo. Si de abdicar de un reinado se trata, solo los monarcas pueden hacerlo; pero el verbo abdicar puede usarse también para expresar la acción de renunciar a un derecho o a una ventaja: El Congreso abdica de su función de representación de los ciudadanos.
La decisión papal es una renuncia al pontificado, según lo establecido en el Derecho Canónico. Se trata de una dejación voluntaria de algo que se tiene. Por extraño que haya sido el hecho históricamente, los papas no dimiten, renuncian. Entre los que dimiten (o podrían hacerlo, aunque es algo casi tan extraordinario como la renuncia papal) están los políticos.
¿Se han planteado que en poco menos de un mes tendremos a un papa y a un expapa en el Vaticano? Sí, un expapa, así en una sola palabra, rara pero correcta. Situaciones extraordinarias históricamente que nos va a tocar presenciar y de las que seguiremos aprendiendo.
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