Este espacio está dedicado a promover las actividades de la Tertulia Lingüística de la Academia Dominicana de la lengua. Nuestro nombre está inspirado en la obra El ánfora del lenguaje de Bruno Rosario Candelier, ideador y promotor de esta tertulia. En su introducción podemos leer: "Todo lo que entraña la palabra, en atención al hermoso don del lenguaje, la reflexión y la creatividad, justifica conocerla y estudiarla en todas sus vertientes expresivas".
miércoles, 30 de abril de 2014
martes, 29 de abril de 2014
Una noche lluviosa
En una
lluviosa noche sevillana, hace muchos años, coincidí con el maestro Gabriel
García Márquez. Nada más caer la tarde mi tía me llamó y me dijo: “Coge lo que
tengas de García Márquez a mano y no faltes”. No quiso decirme nada más.
Cuando
llegamos a casa de mis tíos, en medio de un aguacero primaveral, nos encontramos
con el gran Gabo (siento cierto pudor al llamarlo así) y un grupo de amigos.
Hablamos de lo divino y de lo humano; más de lo humano que de lo divino, de
libros, de música, de comida y de toros. Entre los invitados, Chano Lobato y
Juan Peña “Lebrijano”, dos extraordinarios cantaores flamencos.
Un cocido
empezó a templar la madrugada y todos nos congregamos de pie alrededor de una
gran mesa, como las que mi tía Lola sabe preparar. Las conversaciones se
apagaron cuando Chano entonó un espléndido tango por bulerías; se silenciaron
cuando Lebrijano arrancó a improvisar con un libro del colombiano entre las
manos. García Márquez, el único que estaba sentado, se puso en pie y parecía
querer secundarlo. Casi acabada la velada me senté junto a él y me firmó uno de
sus libros. Yo no podía dejar de mirar la pluma en sus manos.
Habíamos
llegado a Sevilla desde lejos movidos por una afición compartida: los toros. Al
día siguiente el diestro colombiano César Rincón toreaba en la Maestranza. Desde
mi asiento en el balconcillo maestrante divisé al Gabo que se sentaba en
barrera. La llovizna sevillana, que no había cesado, se había convertido en un
pertinaz aguacero macondiano que obligó a suspender la corrida. A lo lejos vi a
García Márquez abandonar la plaza protegido por un paraguas grisáceo.
Cuando por
fin asumí la muerte del colombiano universal esa imagen fue la primera que me
vino a la mente. Y recordé que, como entonces, aunque el genio se alejara,
siempre nos quedaría el universo literario que palabra a palabra supo construir
para nosotros.
martes, 22 de abril de 2014
Por consejo médico
Los
filólogos repetimos incansablemente la importancia del fomento de la lectura en
los niños; nos resulta un poco más sorprendente que la recomendación venga de
parte de un médico. Mañana celebramos el Día Internacional del Libro y quiero
compartir las diez recomendaciones que la Asociación Española de Pediatría de
Atención Primaria ha ofrecido a los padres.
—
Organización:
enseñar a los niños a organizar su tiempo y sus libros.
—
Constancia: saber reservar un tiempo
diario, precioso y relajado, para dedicarlo a la lectura.
—
Elección:
los padres debemos aprender a elegir los libros adecuados para cada niño.
— Atención: si
aprendemos a escuchar a nuestros hijos sabremos ver en sus preguntas cuáles son
sus intereses. Conocer a nuestros hijos nos ayudará a guiarlos hacia los libros
que más les interesen.
— Estimulación: cualquier escusa es
propicia para acercar a nuestros hijos a los libros. Si los tienen a su
alcance, tarde o temprano provocarán su interés.
—
Ejemplo: los niños nos imitan si nos
ven leer.
—
Respeto: dejemos que nuestros hijos
elijan sus lecturas.
—
Propuestas: los niños no deben
percibir la lectura como una obligación sino como un placer.
—
Apoyo: estén a disposición de sus
hijos cuando lean. Resuelvan sus dudas y estimulen su curiosidad.
—
Contagio: el hábito de lectura se
contagia. No renuncien a la lectura compartida; es una de las mejores
experiencias de la paternidad.
Mientras
más temprana es la exposición de un niño a la lectura mejor se desarrolla su
cerebro. Antes de los tres años los niños interiorizan el lenguaje y los
silencios, la sonoridad y el contenido. Mis padres, no sé si por consejo
facultativo, lo hicieron conmigo y funcionó; yo lo practiqué con mis hijos y
también funcionó. Atrévanse a intentarlo con los suyos y se lo agradecerán
siempre.
Una lección más
El Diccionario
del español dominicano nos está proporcionando muchas satisfacciones. Una
de ellas la protagonizó un participante en el conversatorio que al DED
le dedicamos en el Centro León en Santiago de los Caballeros.
En la
tertulia final alguien se refirió a las obras que nos sirvieron para recopilar
palabras. Se interesaba en saber si, además de las fuentes literarias, habíamos
usado otro tipo de obras. Le preocupaba que las palabras de las jergas
juveniles pudieran haber quedado excluídas del diccionario y se refirió en
concreto a tro, que encontramos con frecuencia en el lenguaje juvenil
coloquial y, sobre todo, en la música urbana.
Me encantó
que propusiera este ejemplo porque su inclusión en el DED tiene
historia. Cuando empezamos a encontrar ejemplos de su uso, sobre todo en
páginas electrónicas y redes sociales, pensé por un momento que se trataba de
una adaptación criolla del inglés truck. Mi reacción fue resoplar: otro
anglicismo.
El
sustantivo tro ( ‘gran cantidad de algo’) es una versión juvenil de un
clásico: trox, troj, troje, troja. El DRAE
registra una acepción que se refiere a un ‘espacio limitado por tabiques, para
guardar frutos y especialmente cereales’, un granero de toda la vida. En la República
Dominicana, y así lo recoge el DED, se usa la variante troje para
referirse a una ‘carga de caña de azúcar’. Desde sus primeras apariciones en
español (Corominas la documenta por primera vez en 1190) la han usado muchos
grandes escritores: Quevedo, Ercilla, Lope de Vega, Machado, Valle Inclán,
Unamuno, Miguel Hernández o Neruda.
Los
jóvenes, a los que a veces tanto criticamos por su forma de hablar, nos dieron
una vez más una hermosa lección de preservación de nuestro léxico tradicional:
una lección de historia de la lengua.
miércoles, 9 de abril de 2014
martes, 8 de abril de 2014
Una preposición entrometida
Dos errores muy frecuentes en la lengua oral y
en la escrita y que a mí me causan especial impaciencia son el queísmo y el
dequeísmo (hasta el nombre lo tienen
feo). La causa del error no es otra que la ausencia de la preposición de (queísmo) cuando es necesaria o su
presencia (dequeísmo) cuando no lo es.
Incurrimos en dequeísmo si utilizamos la
preposición de seguida de la
conjunción que cuando no es
necesaria: *No pensó de que podría llover esa tarde. En cambio, nuestro error
es el queísmo cuando eliminamos la preposición de ante la conjunción que
cuando es necesaria: *Se olvidó que tenía que recoger a los niños.
A fuerza de oír y de leer estos errores, que
son muy frecuentes, hay ocasiones en las que dudo. Para evitar equivocarme uso
un truco que me enseñó un querido profesor de lengua en la escuela y que
siempre me ha sido muy útil. Siempre que tengo dudas con alguna expresión
pruebo a convertir el enunciado en cuestión en una pregunta.
Si la pregunta que resulta no va encabezada por
la preposición de, entonces es que
debemos prescindir de ella. En el ejemplo de dequeísmo anterior preguntaríamos ¿qué pensó? y no *¿de qué pensó? La
preposición de sobra en esta
construcción.
Si la pregunta resultante nos obliga a usar la
preposición de, entonces es que es
imprescindible en nuestra frase. Volvamos a nuestro ejemplo de queísmo. Lo
correcto sería preguntarnos ¿de qué se
olvidó? y no ¿qué se olvidó? La
preposición de es necesaria en esta
frase.
Háganse un autoanálisis y descubran si la
preposición de les juega a veces
malas pasadas. No se dejen vencer por ella. Es chiquita pero tupida pero
nosotros lo somos más.
martes, 1 de abril de 2014
Compartir una lengua
Cuántas veces habremos oído que más de
cuatrocientos millones de personas compartimos el español como lengua materna
común. Cuántas veces hemos dicho que las palabras de esa lengua común viajan de
un lado a otro, de una página a otra, de una boca a otra; unas viajan como
turistas, otras emigran para quedarse, desde el nacimiento de nuestro idioma y
cada día más veloces.
Pero una cosa es con guitarra y otra con
violín; una cosa es oírlo y decirlo y otra muy distinta y mucho más emocionante
es experimentarlo. La presentación del Diccionario
del español dominicano en la Universidad de Miami nos demostró a todos que
nuestro idioma común nos une más allá de fronteras físicas o políticas y más
allá de circunstancias personales.
Los académicos dominicanos fuimos a Miami a
presentarles a los dominicanos residentes allá una obra que les apoye en la
tarea hermosa pero ardua de mantener la identidad lingüística cuando se vive en un país con otra lengua
oficial. Nos encontramos con una comunidad hispanohablante de las procedencias
más variopintas pero que lleva a gala su lealtad lingüística. Comparten un
inmenso caudal de palabras comunes y, además, intercambian una fuente
inagotable de nuevas voces y significados llegados de los más remotos rincones.
Los historiadores de la lengua rastrearán minuciosamente el viaje de cada una
de estas palabras pero los hablantes han conseguido su verdadero objetivo: lograr
que las fronteras se diluyan.
La Academia Norteamericana de la Lengua
Española, nuestra anfitriona en Miami y dentro de poco en Nueva York, tiene
como responsabilidad el estudio de esta impresionante realidad en una de las
mayores comunidades de hablantes de español del mundo. Cuenta con nuestra
admiración y nuestro respeto.
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