martes, 23 de septiembre de 2014

Muy cerquita

              Las palabras son las unidades que mejor reconocemos en nuestra lengua. Desde que empezamos a alfabetizarnos aprendemos a escribirlas separadas por un pequeño espacio. En “Eñes” anteriores hemos tratado la peculiaridad de las locuciones, esas expresiones formadas por dos o más palabras que llegan a funcionar como una y que, a fuerza de ir juntas, nos ponen en aprietos a la hora de escribirlas. 
              El uso y el tiempo convirtieron la locución a Dios en nuestro hermoso adiós (sustituido tan a menudo por el insulso bye). La conversión de la locución en palabra compuesta no fue inmediata sino producto de un detenido proceso en el que convivieron ambas formas hasta que una de ellas le ganó la batalla a la otra en el favor de los hablantes.
              Nuestro tiempo es testigo también de la convivencia de algunas de estas formas. La ortografía académica trata de solventar nuestras dudas aconsejándonos sobre qué forma debemos preferir. En algunos casos se decanta por la grafía univerbal (en una sola palabra) por ser esta la de mayor uso entre los hablantes: me lleva a a maltraer (mejor que a mal traer); sigue la norma a rajatabla (mejor que a raja tabla); escribía a vuelapluma (mejor que a vuela pluma). En otros casos la preferencia por la grafía simple se debe a que el primer elemento suele convertirse en átono; es lo que sucede en casos como bocabajo o bocarriba. Aunque les parezca sorprendente las Academias aconsejan el cubalibre (mejor que el cuba libre).
              Estas locuciones mantuvieron su significado a pesar de los cambios en su forma. Curiosamente no les pasó lo mismo a otras tantas que trataremos en una próxima “Eñe”, porque, coloquialmente, sanseacabó (mejor que san se acabó).

              

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