Las
palabras son las unidades que mejor reconocemos en nuestra lengua. Desde que
empezamos a alfabetizarnos aprendemos a escribirlas separadas por un pequeño
espacio. En “Eñes” anteriores hemos tratado la peculiaridad de las locuciones,
esas expresiones formadas por dos o más palabras que llegan a funcionar como
una y que, a fuerza de ir juntas, nos ponen en aprietos a la hora de
escribirlas.
El
uso y el tiempo convirtieron la locución a
Dios en nuestro hermoso adiós (sustituido
tan a menudo por el insulso bye). La
conversión de la locución en palabra compuesta no fue inmediata sino producto
de un detenido proceso en el que convivieron ambas formas hasta que una de
ellas le ganó la batalla a la otra en el favor de los hablantes.
Nuestro
tiempo es testigo también de la convivencia de algunas de estas formas. La
ortografía académica trata de solventar nuestras dudas aconsejándonos sobre qué
forma debemos preferir. En algunos casos se decanta por la grafía univerbal (en
una sola palabra) por ser esta la de mayor uso entre los hablantes: me lleva a a maltraer (mejor que a mal traer); sigue la norma a rajatabla (mejor que a raja tabla); escribía a vuelapluma (mejor que a vuela pluma). En otros casos la
preferencia por la grafía simple se debe a que el primer elemento suele
convertirse en átono; es lo que sucede en casos como bocabajo o bocarriba. Aunque
les parezca sorprendente las Academias aconsejan el cubalibre (mejor que el cuba
libre).
Estas
locuciones mantuvieron su significado a pesar de los cambios en su forma.
Curiosamente no les pasó lo mismo a otras tantas que trataremos en una próxima
“Eñe”, porque, coloquialmente, sanseacabó
(mejor que san se acabó).
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