Dice
Javier Marías, novelista por el que siento predilección y académico de la
RAE, que “la manera de hablar de cada
persona es tan única como nuestras huellas dactilares”. Cuántos nos olvidamos de esta verdad y
hablamos y hablamos sin darnos cuenta de todo lo que decimos de nosotros mismos
con cada palabra.
El cuidado en la expresión empieza por los detalles. La
lengua hereda o crea con el tiempo y el uso unas expresiones fijas que
adquieren un significado propio y a las que llamamos locuciones.
Las locuciones tienen dos
características que las definen y que tenemos que conocer para utilizarlas
correctamente. Las palabras que las forman tienen cada una su propio
significado y en cierta manera lo
abandonan para expresar algo nuevo. Guindar los tenis no significa ‘colgar
unas zapatillas deportivas’ ni abanicar la brisa tiene nada que ver con
un bateador que se echa fresco. No solo estamos cocinando cuando se nos hace tarde para ablandar habichuelas ni los policías acostados se levantan de su
siesta.
Lo más característico de las
locuciones es que son fijas; tienen una estructura propia que no debemos
cambiar. Nuestra preocupación por las eses finales, que nos comemos a menudo,
hace que estas eses aparezcan hasta donde no van. Sucede con frecuencia en las locuciones
a pie y a mano. Su forma correcta exige el sustantivo en singular. Y,
aunque caminemos con dos pies y usemos ambas manos, vamos a los sitios a pie
(aunque cada vez menos en este territorio comanche en el que se han convertido
nuestras calles) y tejemos o escribimos una carta a mano (esto suena ya casi a
ficción).
Las locuciones son muy expresivas y,
ortográficamente, son fijas. Respetémoslas para que puedan seguir ayudándonos a
decir lo que queremos decir.
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