Nuestra
lengua nunca nos defrauda cuando nos acercamos a ella con curiosidad. Su
riqueza y su variedad lucen a poco que profundicemos, especialmente en el
vocabulario. Por razones históricas son muchas las lenguas que han aportado
palabras al español. Estos hallazgos nos sorprenden hasta en las voces más
cotidianas. ¿Han pensado en la ternura que nos provoca una palabra que
consideramos tan nuestra como chichí?
Chichí es un sustantivo, común en cuanto
al género –decimos el chichí y la chichí-, con el que designamos a un bebé
o a un niño de corta edad. Este el significado con el que lo usamos en el
español dominicano pero no se trata de una palabra exclusiva de la República
Dominicana. Se utiliza también, casi siempre con un matiz familiar y afectivo
como el nuestro, en Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, México, Guatemala,
Honduras y Panamá.
Si
queremos seguir indagando, encontraremos que su origen es lejano, en el tiempo
y el espacio. Procede del náhuatl (lengua de la familia yutoazteca hablada en
México) chichi, que significa ‘mama,
teta’. De ahí que en México se refiera también a la nodriza o incluso a la abuela;
y en Nicaragua al biberón.
Pero
las sorpresas no acaban aquí. Nuestra tradicional chichigua procede también del náhuatl chichihua, derivado de chichi,
que significa ‘ama de cría’. Por qué extraños derroteros llega a referirse a
una cometa todavía está por descubrir.
Ni
que decir tiene que chichí y chichigua, en apariencia modestas y
familiares, representan un ejemplo muy tierno de la riqueza de la lengua
española. Nos hablan de la riqueza de sus orígenes, de su historia, de su
mestizaje y de la grandeza de los pueblos que la usan, entre los que nos
encontramos nosotros.
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