Estas vacaciones invernales me han traído un
regalo inesperado. Visité en Madrid la exposición “La lengua y la palabra”,
organizada por la Real Academia Española con motivo del tercer centenario de su
fundación.
En un mundo cada día más cambiante y en el que
parece que nos cuesta ponernos de acuerdo para lograr una causa común,
sorprende gratamente la historia que nos cuenta esta muestra. A través de
objetos artísticos, históricos y científicos y a lo largo de siete capítulos, conocemos
los avatares de esta corporación que nació con la misión de proteger y
engradecer nuestra lengua común y que, por extraño que nos parezca, ha sido
capaz de mantener este objetivo durante 300 años.
A lo largo de las salas se enlazan ciencia y
lengua para ayudarnos a entender la naturaleza compleja y extraordinaria del
lenguaje humano y de su historia. Desde la referencia bíblica al galimatías de
la Torre de Babel a través de la obra pictórica de Frans y Ambrosius Franken a los años ilustrados que son testigos del
nacimiento de la Real Academia Española; desde las guerras y revoluciones que
acompañaron y separaron a España y América en el XIX a la conciencia de la
lengua común como amalgama de nuestra identidad; desde la llamada insistente de
las mujeres a la puerta de la Academia a la negativa a incoporarlas (incluso a
la inabarcable María Moliner) con el argumento de que “no hay lugar para
señoras”; desde los incunables y las primeras ediciones de nuestros
diccionarios a la revolución tecnológica de la lingüística de corpus.
Los primeros académicos nos dejaron un legado
que, en la medida de nuestras fuerzas, tratamos de mantener y engrandecer. Como
a ellos nos guía el lema ilustrado de Kant “Atrévete a pensar”, más vigente hoy
que nunca.
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