Hablábamos en
una Eñe anterior del género ambiguo y quedé debiéndoles el género común, el que
tienen los sustantivos que se refieren a seres sexuados y que pueden usarse en
masculino o femenino sin sufrir variaciones, solo mediante la combinación con
determinantes o adjetivos femeninos o masculinos, según el caso.
Los
sustantivos líder, taxista, pediatra,
cónyuge, por ejemplo, tienen género común y, según el sexo de su referente,
pueden ser masculinos (el líder, el
pediatra) o femeninos (la líder, la pediatra). Detectives y criminales
pueden referirse a hombres o mujeres; sabremos de qué género (y sexo) se trata
cuando los combinemos con los determinantes (el criminal, ese detective) o con los adjetivos (criminal peligrosa, detective avispada).
Busquen y encontrarán atletas,
comensales, artífices, espías, suicidas, combatientes, vírgenes, tripulantes…
Todavía nos
falta una excepción. Existen sustantivos que mediante un solo género gramatical
pueden referirse a personas o animales de ambos sexos. Tenemos una palabreja
para ellos: son sustantivos de género epiceno. El tiburón se refiere al macho o a la hembra; la persona o el personaje
a la mujer o al hombre; lo mismo les sucede a las
perdices, las jirafas, los hipopótamos o los manatíes.
Cuando de
género se trata no podemos olvidar que la lengua dispone de un sistema
complejo; un sistema que no ha aparecido por arte de magia y que no nos hemos
inventado nosotros. En él, como en muchos otros aspectos del español, perviven
rasgos de nuestra lengua madre, el latín, y rasgos que hemos ido atesorando con
el paso del tiempo. Recuerden que en el caso del español la historia es larga y
no podemos hacer el cuento corto.
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