La
preocupación por el manejo del lenguaje por parte de los jóvenes ha existido
siempre. Hagamos un pequeño esfuerzo y recordemos que no hace tanto -o quizás
sí- nosotros mismos queríamos diferenciarnos a toda costa de los adultos y parecernos
lo más posible a nuestros amigos. La jerga juvenil, cuya razón de ser es estar
lo más alejada posible del lenguaje de los “viejos” y resultar incomprensible
para ellos, es parte de la adolescencia. Cambia con las épocas y las modas y,
como ellas, es efímera.
Los jóvenes
intuyen desde muy pronto que el lenguaje es parte de su identidad y que, como
tal, los identifica como individuos y como grupo. Me gustaría transmitirles a
padres y docentes que en la jerga juvenil en la que muchos no ven más que
riesgo podemos ver también una oportunidad.
Ayudemos a que
nuestros jóvenes tomen conciencia de que usan esta jerga juvenil y de por qué
la usan; aprovechemos esta toma de conciencia para que sepan cuándo deben
utilizarla y en qué momentos resulta inapropiada. No se trata de que la
abandonen. Se trata de que sepan adaptar su forma de hablar al momento y al
interlocutor. Pero para poder ofrecerles esta posibilidad no podemos olvidarnos
de lo primordial. Tenemos la responsabilidad de enseñarles una forma de
expresión correcta y adecuada que será la que vayan adoptando como propia con
la madurez y que los acompañará durante toda su vida. Si queremos que la
descubran de nuestra mano tenemos que enseñar con el ejemplo. ¿Seremos capaces?
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