Cuando hablamos, escuchamos a alguien hablar, escribimos o leemos no nos basta con desentrañar el significado de cada palabra o con elegirlas con propiedad; no nos basta tampoco con elegir la dicción adecuada a la situación en la que nos encontramos, con adaptar nuestro oído a acentos distintos al nuestro o con esmerarnos en hacer gala de una ortografía exquisita.
Con ser imprescindible, el dominio del vocabulario, de la dicción o de la ortografía no es suficiente para lograr una comunicación correcta. Nos falta algo esencial en la comunicación por medio de palabras; nos falta la sintaxis. Desde los griegos llamamos así a las reglas que establecen las lenguas para colocar en orden las palabras, para enlazarlas unas a otras de forma que adquieran el sentido que les queremos dar. Sin ella los elementos que forman la lengua se desgranarían como lo hace un collar cuando se rompe el hilo que engarza cada una de sus piezas.
Todos los que hemos tenido la fortuna de haber disfrutado de una formación escolar, mejor o peor, hemos oído hablar (o deberíamos haberlo hecho) de sujetos, verbos, complementos, concordancia, subordinación, puntuación… Para muchos no se trata más que de una ristra de términos vacíos que nos vimos obligados a aprender sin entender muy bien para qué servían. Sin embargo, son conceptos muy útiles que, bien manejados, son imprescindibles para expresarnos y entender lo que otros expresan, para persuadir, para no dejarnos engañar, para convencer o para enamorar. Dime cómo está tu sintaxis y te diré cómo funciona tu cabeza y a dónde puedes llegar con las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario