Si de algo puede presumir nuestra lengua es de ser millonaria en palabras.
Las tiene muy hermosas y todas se merecen que las usemos correctamente. El
verbo adolecer está entre mis
preferidos por su sonoridad. Juan de la Cruz, uno de mis poetas
imprescindibles, lo usa magistralmente en su Cántico: “Pastores, los que fuerdes/ allá por las majadas al otero,/
si por ventura vierdes/ aquél que yo más quiero,/ dezidle que adolezco, peno y
muero”.
Se trata de un verbo irregular que se conjuga siguiendo el modelo de agradecer (agradezco/adolezco). En estos versos el poeta lo usa en la acepción
que se refiere a ‘sufrir, padecer’, de mal de amores en este caso.
En su acepción más frecuente (‘tener algún defecto’) se construye con un
complemento, introducido por la preposición de,
que expresa el defecto que se padece. Hay quien adolece de hipocresía, hay
quien adolece de incoherencia. Hay también muchos hablantes que adolecen de
desconocimiento del idioma. Adolecer
no significa ‘carecer, estar falto de algo’,
sino todo lo contrario.
El error es tan frecuente que basta una simple búsqueda en la red para
que nos asalten gimnastas que *adolecen
de agilidad y partidos que *adolecen
de capacidad de conciliación. Que yo sepa ni la agilidad ni la capacidad de
conciliación pueden considerarse defectos. El verbo que debió elegirse en estos
casos es carecer, que sí expresa el
significado de ‘tener falta de algo’.
Una ñapa para mis lectores: precaución con las etimologías. El verbo adolecer y las voces adolescente y adolescencia no están relacionadas, ni siquiera por su étimo. En
lengua, como en tantas cosas, las apariencias también engañan.
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