martes, 27 de mayo de 2014

Metidos en harina

Comparto con muchos amigos mi pasión por las palabras. Y como en las buenas conversaciones, una palabra lleva a otra, y vamos hilvanando curiosidades y dudas que, más tarde, ya con los libros en las manos, nos toca resolver. Me decía Catana Pérez que en el Cibao suelen llamar harinita a la lluvia menuda y, puntualizaba, que la pronuncian como “jarinita”. El comentario me trasladó, por gracia del poder evocador de las palabras, a mi Andalucía natal, donde se usa este sustantivo con el mismo sentido y también con aspiración inicial.
            Como siempre que las palabras provocan mi curiosidad acudo al diccionario, a los diccionarios, para ser más exactos. Me interesa conocer los detalles de su uso y de su ortografía, tan frecuentemente relacionados con su historia, que suelen pasar desapercibidos cuando las utilizamos en nuestro día a día.

Desde el ‘polvo que resulta de la molienda del trigo o de otras semillas’, como define el DRAE la palabra harina, el ingenio popular desarrolla una hermosa metáfora. Quizás a su poca extensión de uso se deba que la acepción referida a la llovizna no se incluya el diccionario académico. Sí aparece, sin embargo, en el Diccionario del español dominicano, junto con sus derivados harinear y harineo. En el Diccionario de americanismos se incluye jarina, variante escrita con jota inicial para reproducir el sonido de la aspiración.

            También compartimos andaluces y dominicanos la aspiración. Para las palabras que en latín tenían efe inicial el español produjo dos soluciones: aspiración o supresión. La aspiración ha quedado reducida a algunas zonas, como Andalucía o el Caribe. Las palabras que escribimos con hache y pronunciamos, a veces, con aspiración proceden de palabras que en latín tenían efe inicial: harina procede del latín farina, como huir procede de fugere o hallar de afflare.


            Como habrán comprobado, para los que saben apreciar la belleza de nuestra lengua una tarde de lluvia suave y una buena conversación pueden dar mucho de sí. 

martes, 20 de mayo de 2014

Se habla español

            El Diccionario del español dominicano se bañó en las primeras aguas de mayo en la ciudad de Nueva York, recibido con cariño e interés por muchos dominicanos que se reencontraron con la lengua de su infancia y de su patria. La importancia de conocer, atesorar y valorar la identidad propia comienza a apreciarse en el mismo instante en que nos apartamos del terruño y nos enfrentamos a una sociedad y a una cultura diferente. Pero la identidad cultural adquiere un protagonismo estelar cuando nos toca integrarnos en una sociedad en la que se habla una lengua distinta a la nuestra.            
            Los dominicanos que viven y trabajan en Nueva York tienen el mérito de mantener el español y la responsabilidad de transmitírselo a sus hijos, que crecen como hablantes de inglés. El español crece como la espuma en los Estados Unidos, como lengua materna y como segunda lengua. Aumenta su prestigio y con él su número de hablantes. 
            Es habitual oír y leer español en las calles neoyorquinas. Para muestra vayan dos botones. En el estadio de pelota de los Mets la lluvia me obligó a comprar un impermeable (chubasquero, capa de agua, etc.). Cuando traté de hacer mis pinitos en inglés la dependienta, que no era latina, me preguntó en un perfecto inglés si lo que quería era un poncho. Al día siguiente, al preguntar por el postre en un restaurante, la camarera nos propuso el clásico brownie y un extraordinario tresleches que, dicho en un español un tanto tortugueante, nos costó reconocer. 
            Hablar español, y sobre todo, hablarlo y escribirlo con corrección, se han convertido en un valor en alza en una ciudad en la que ya se habla español.


lunes, 19 de mayo de 2014

Un fósil capitaleño


              Las palabras que utilizamos para nombrar lugares, los topónimos, son como pequeños grandes fósiles que atesoran entre sus letras una historia de muchos siglos. En su origen los topónimos se utilizaban para denominar a las personas que procedían del lugar. Así se transformaba en un nombre de familia, un apellido, que se heredaba de padres a hijos. Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática de la lengua española, era natural del pueblo sevillano de Lebrija, en latín Nebrissa Veneria.

              Un paso más en el camino de la lengua es el que realizó el topónimo que designa a nuestro Gascue: del nombre de un pequeño enclave en el Reino de Navarra, al norte de España, que cuenta hoy con unos veinticinco vecinos, al apellido del contador real Francisco Gascue y Olaiz, natural de este reino; de aquí a la denominación del ensanche capitaleño. La documentación histórica escrita, manejada por González Tirado en su interesante artículo sobre el tema, manifiesta una tendencia evidente al uso de Gascue. ¿Por qué entonces encontramos el tan abundante Gazcue?
             

              Estos casos de vacilación ortográfica son frecuentes en los nombres de lugares y de personas. Todos podemos recordar apellidos con dobletes similares. Apunto como hipótesis que podríamos estar ante un caso de ultracorrección, que manifiesta una tendencia habitual entre los hablantes a tratar de corregir lo que creemos que decimos incorrectamente, incluso cuando no es así. Si queremos respetar la grafía tradicional, respeto del que tan necesitado está nuestra ciudad, en todos los sentidos, debemos optar por Gascue.  

martes, 13 de mayo de 2014

Un valor añadido

              La generalización de las nuevas tecnologías no debe despistarnos. Las destrezas tradicionales, como el buen manejo de la lengua, son cada día más valoradas en el mundo laboral. Un exitoso empresario británico de comercio electrónico, Charles Duncombe, asegura que un portal electrónico con faltas de ortografía puede reducir las ventas y minar peligrosamente la confianza del cliente. Aconseja a los empresarios que se responsabilicen del contenido y la expresión de lo publicado en sus páginas electrónicas para asegurarse de que sus negocios están bien representados, en la red y fuera de ella.
              Por experiencia personal sé lo difícil que resulta encontrar quien sepa escribir correctamente y muchos empresarios dominicanos han compartido conmigo esta preocupación. No hay más que darse una vuelta por las principales páginas electrónicas del ámbito dominicano. Salvo honrosas excepciones, no pasarían la prueba de un corrector de estilo básico.
              El desafío está en que la mayoría de los contenidos que transmitimos por internet tienen la palabra escrita como medio. Las nuevas tecnologías, lejos de orillarla, le han conferido a la escritura un papel protagonista. Cada vez se valora más un manejo correcto y apropiado de la herramienta milenaria del lenguaje. El mundo empresarial de hoy necesita de profesionales que manejen con solvencia la técnica y el arte de la escritura. Los que han pasado, o están pasando, por las aulas universitarias saben que los contenidos y la extensión de la formación en lengua española dejan mucho que desear, incluso para profesionales que tienen la lengua como herramienta esencial de trabajo (abogados, docentes, médicos, mercadólogos, especialistas en atención al cliente o en recursos humanos, etc.).

              La lengua española ha dejado de ser solo un conocimiento humanístico para transformarse en un valor económico y laboral en alza. ¿Estamos preparados para añadir este valor a nuestro currículo?

domingo, 11 de mayo de 2014

Cuidado con los defectos

Si de algo puede presumir nuestra lengua es de ser millonaria en palabras. Las tiene muy hermosas y todas se merecen que las usemos correctamente. El verbo adolecer está entre mis preferidos por su sonoridad. Juan de la Cruz, uno de mis poetas imprescindibles, lo usa magistralmente en su Cántico: “Pastores, los que fuerdes/ allá por las majadas al otero,/ si por ventura vierdes/ aquél que yo más quiero,/ dezidle que adolezco, peno y muero”.
Se trata de un verbo irregular que se conjuga siguiendo el modelo de agradecer (agradezco/adolezco). En estos versos el poeta lo usa en la acepción que se refiere a ‘sufrir, padecer’, de mal de amores en este caso.
En su acepción más frecuente (‘tener algún defecto’) se construye con un complemento, introducido por la preposición de, que expresa el defecto que se padece. Hay quien adolece de hipocresía, hay quien adolece de incoherencia. Hay también muchos hablantes que adolecen de desconocimiento del idioma. Adolecer no significa ‘carecer, estar falto de algo’, sino todo lo contrario.
El error es tan frecuente que basta una simple búsqueda en la red para que nos asalten gimnastas que *adolecen de agilidad y partidos que *adolecen de capacidad de conciliación. Que yo sepa ni la agilidad ni la capacidad de conciliación pueden considerarse defectos. El verbo que debió elegirse en estos casos es carecer, que sí expresa el significado de ‘tener falta de algo’.
Una ñapa para mis lectores: precaución con las etimologías. El verbo adolecer y las voces adolescente y adolescencia no están relacionadas, ni siquiera por su étimo. En lengua, como en tantas cosas, las apariencias también engañan.