¡Qué no hubieran dado nuestros abuelos por
disponer de una computadora! Estoy muy lejos de sumarme a los que opinan que
cualquier tiempo pasado fue mejor; disfruto y trato de aprovechar lo que las
nuevas tecnologías me ofrecen y, como a muchos, se me ha olvidado cómo hacíamos
unos años ha sin las omnipresentes computadoras.
Un procesador de textos puede salvarnos de
muchas erratas, de muchos atentados contra las normas ortográficas y de algún
que otro error gramatical. Repasen cómo se usa el corrector ortográfico y
gramatical cuando estén escribiendo con uno de estos procesadores. Si sabemos
sacarles partido nos serán muy útiles. Pero, ¡mucho ojo!, el corrector
ortográfico también puede jugarnos malas pasadas.
Cada procesador incluye una lista de palabras
determinada. El programa analiza la palabra que hemos escrito y la coteja con
las que están a su disposición. Suelen ser “peligrosos” con formas que pueden
presentar en español, con cambios en el significado, varias acentuaciones: tributo/tributó, mi/mí, si/sí, etc. Estos
correctores son muy patosos especialmente con las tildes diacríticas.
Hay que prestar mucha atención cuando
escribimos palabras poco usuales o dialectalismos; estos no suelen estar
incluidos en los vocabularios de los procesadores y suele suceder con
frecuencia que el “duende informático” del que siempre nos quejamos nos cambie
sin advertirnos una palabra como maco
por mano o allante por alante.
Añadan sus palabras favoritas al corrector ortográfico
del procesador y vayan creando su vocabulario personal. Por supuesto, la
revisión, siempre necesaria, puede sacarnos de muchos apuros, sobre todo,
teniendo en cuenta que a nuestras fallas pueden añadirse las de nuestro
querido/odiado corrector automático. No se amilanen: lean y relean lo que
escriben. Los sacará de muchos apuros ortográficos.
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