No sé si entre los presentes que regalarán a sus seres queridos o que recibirán de ellos en esta Navidad habrá algún libro. No sé si las cartas a los Reyes Magos de Oriente, que ya estarán en camino, incluirán libros entre nuestros deseos.
El humilde libro ha desertado de las aspiraciones de la mayoría; humilde hasta en su definición en el DRAE: ‘Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte’. En esta definición, como en las buenas definiciones, caben todos los libros y en ellos cabe todo un universo, un universo de vida, de ciencia, de misterio, de historia, de amor, de tiempo.
Fernando Savater dice que una biblioteca es como una farmacia, con remedios para todo mal. El primer mal que el libro ayuda a curar es la ignorancia y el segundo, desde luego, la soledad. Como padres deberíamos plantearnos si transmitirles a nuestros hijos el gusto por la lectura no es el mejor regalo que les podemos hacer en esta Navidad. Un regalo enriquecedor, autosostenible (palabrita muy de moda últimamente) y duradero, porque les acompañará a lo largo de toda la vida. Regalémosles a nuestros hijos también la imagen de unos padres que leen y que disfrutan con la lectura.
No hace mucho leí un mensaje que recordaba una idea sencilla, y brillante, como suelen serlo las ideas sencillas. Cuando alguien nos ofrece un libro como regalo nos está regalando, además, el más bello de los elogios: el de considerarnos lectores.
Si lo piensan bien, Santa Claus llevaría con gusto su pesado saco en el trineo y Melchor, Gaspar y Baltasar echarían a andar hacia el pesebre con sus árganas cargaditas de palabras.
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