La semana pasada nos quedó pendiente dedicarles un poco de atención a
esos préstamos extranjeros que han demostrado una gran capacidad para
aplatanarse. Estas palabras, a pesar de tener equivalentes en español, se han
ido arraigando en nuestra expresión diaria hasta el punto de integrarse en su
escritura y su pronunciación.
Algunas han modificado la grafía que tenían en su lengua de origen
para que su escritura refleje la forma en que las pronunciamos en español. Las
denominaciones de tres de los protagonistas indiscutibles de un juego de pelota
son buen ejemplo de esto. Los anglicismos originales (pitcher, catcher, umpire), a pesar de tener sus equivalentes en
español (lanzador, receptor, árbitro), han arraigado entre nosotros
después de atravesar un proceso de “aplatanamiento” léxico: pícher, cácher (o quécher) y ampaya. Su
aplatanamiento ha llegado hasta el punto de ayudarlas a formar derivados: pichar, cachar (o quechar) y ampayar.
Para adaptar las grafías inglesas a las propias de la
lengua española la ortografía académica propone unas reglas concretas para cada
caso. Las consonantes dobles (bullpen,
inning) se adaptan al español reduciéndose a una (bulpén, inin). La h
aspirada (home run) se asimila a
veces al sonido de la jota (jonrón). Los
grupos consonánticos situados al final de la palabra, como el inglés –ing (rolling), suelen adaptarse elimando una de las consonantes (rolin). En algunos casos el esfuerzo de
adaptación es mínimo (sinker): solo
requiere que coloquemos la tilde según los reglas ortógraficas del español (sínker).
Seguro que para algo tan nuestro como la pelota siempre
podemos encontrar un equivalente en nuestra lengua (montículo, entrada, cuadrangular, etc.). Si, a pesar de todo, nos
decantamos por el extranjerismo, no lo olvidemos, siempre será más nuestro si
se aplatana.