El Diccionario del español dominicano me ha aportado grandes
experiencias. La experiencia lexicográfica, por descontado, difícilmente podrá
ser cuantificada. Son pocos los lexicógrafos que disfrutan de la oportunidad
profesional de enfrentarse desde el origen a un proyecto ambicioso e
ilusionante como el que hemos vivido en la Academia Dominicana de la Lengua.
Permítanme que hoy deje a un lado
esta experiencia profesional y les hable de la experiencia humana. El contacto
diario con el español de la calle, de los medios de comunicación, en las aulas,
provoca a menudo la sensación de que nada de lo que podamos aportar logrará que
las cosas mejoren. El trabajo con el diccionario ha sido el antídoto perfecto.
Ha despertado un interés y una expectación que me han servido de acicates a la
hora de buscar palabras y expresiones, de analizarlas o de perfilar sus
definiciones.
He convivido durante estos años
con una inevitable pregunta: La palabra “…”, ¿está ya en el diccionario?
Repetida una y otra vez se ha convertido en el control de calidad perfecto para
analizar por qué derroteros se estaba moviendo nuestro trabajo. Ha sido la
demostración más palpable de que los hablantes dominicanos se saben dueños de
una manera peculiar y personal de hablar el español.
Los diccionarios siempre van a la
zaga de la vitalidad de la lengua. Cuando una edición se cierra, otra da sus
primeros pasos. La primera edición del Diccionario
del español dominicano se ha cerrado. Asistiremos a su lanzamiento el
jueves 21 de noviembre a las 6 de la tarde en la Academia Dominicana de la
Lengua.
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