La
lengua española nació del latín allá por el siglo IX. Esta información podría
quedarse en un sencillo dato histórico si no fuera porque los primeros
documentos conocidos de nuestra lengua tienen un encanto especial. Durante la
Edad Media los monasterios eran los centros de cultura por excelencia:
productores, custodios y transmisores de cultura.
En
tierras españolas de Burgos, en el monasterio de Santa María de Valpuesta,
aparecen los primeros testimonios escritos de los balbuceos de la lengua
española. La colección de documentos conservados entre los muros castellanos de
este monasterio se la denomina como el Cartulario
de Valpuesta. Según el tipo de letra en el que están escritos se les da los
sobrenombres de gótico y galicano.
El
Becerro de Valpuesta incluye
numerosos documentos, los primeros datados en el IX, que registran donaciones
que los particulares hacían al monasterio a cambio de bienes espirituales. Los
escribientes encargados de dar testimonio escrito de estas donaciones debían
hacerlo en latín, que era la única lengua considerada de cultura, puesto que la
lengua romance no se consideraba digna para estos menesteres. No crean que me
he equivocado. Un cartulario se llama también un becerro, debido a la piel curtida de res con la que está elaborado.
El
filólogo Gonzalo Santonja se refiere a la lengua de los becerros de Valpuesta
como un latín en un estado muy evolucionado y lo describe con una imagen
vívida: “La lengua de los becerros de Valpuesta es una lengua latina asaltada
por una lengua viva, de la calle, que se cuela en estos escritos”. No está de
más que, volviendo a nuestros orígenes, nos dejemos asaltar de vez en cuando
por la lengua de la calle.