Hay algunas palabras que, a pesar
de su sencillez, vemos usadas erróneamente con cierta frecuencia. La palabra demasiado, y su forma femenina demasiada, es una de ellas. Intentemos
deshacer el entuerto, como si fuéramos caballeros andantes manchegos. Cuando la
aplicamos a un sustantivo la usamos en función de adjetivo. Con ella expresamos
que lo que el sustantivo significa tiene exceso o demasía: demasiado trabajo. En esta función como adjetivo presenta variación
de género (masculino y femenino) y número (singular o plural) para concordar
con el nombre al que se refiere: demasiado
calor, demasiada lluvia, demasiadas emociones.
Pero
esta misma palabra puede usarse también como adverbio y, como tal, permanece
invariable, puesto que los adverbios no tienen cambio de género ni de número.
Su función adverbial aparece cuando aplicamos demasiado a un adjetivo, a un verbo o a otro adverbio; en este caso
significa ‘excesivamente’ y queda fijo en la forma masculina singular. Un
hombre puede ser demasiado atrevido y una mujer demasiado atrevida; lo que no
podemos decir es que una mujer es *demasiada atrevida. Un tomate puede estar
demasiado maduro y una manzana demasiado madura pero no *demasiada madura.
Si
la conocemos y la respetamos la lengua nos muestra las normas que la rigen.
Seguir estas normas aumenta la calidad de nuestra expresión hasta en los más
pequeños detalles. Si de lengua española se trata, rica por historia y por
tradición, nunca aprenderemos demasiado.
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