martes, 30 de julio de 2013

Consejos para elegir las palabras I


Para hablar y escribir bien contamos con una materia prima fundamental: las palabras. Elegir las correctas dependerá del vocabulario de cada hablante. Los que dispongan de un mayor bagaje léxico tendrán más posibilidades de elección y su expresión será, probablemente, más apropiada y variada. Los hablantes que posean un vocabulario pobre tendrán que esforzarse para que esta pobreza no se vea reflejada en su comunicación.  

La aplicación de unas reglas simples puede ayudarnos a mejorar. Daniel Cassany, profesor de la Universidad Pompeu Fabra,  propone diez consejos que quiero compartir con ustedes. Les garantizo que les resultarán útiles.
 

Primer consejo: evitar repeticiones. Los textos ganan mucho con la variedad. Las repeticiones y las muletillas (me encanta esta palabra; me imagino a un hablante cojo apoyado en su muleta) empobrecen lo que decimos.    

Segundo consejo: preferir lo sencillo. Las palabras grandilocuentes sobrecargan nuestra expresión y, muchas veces, no son las más adecuadas. Lo simple y lo natural siempre luce más, también en las palabras.

Tercer consejo: huir de las palabras vacías. Los verbos como ser, estar, poder, haber o tener se usan mucho en español pero, con un pequeño esfuerzo, podemos sustituirlos por verbos más concretos que se adecuen mejor a lo que queremos decir.

Cuarto consejo: ¡ojo con los adverbios en –mente! Son correctos y útiles pero si dejamos que se multipliquen en nuestros textos los vuelven pesados.

 Quinto consejo: usen palabras que organicen sus escritos. Expresiones como en primer lugar, en consecuencia, a continuación, etc., están en nuestra lengua para poner orden en la expresión de nuestras ideas.

Les debo los otros cinco consejos para una próxima Eñe. Vayan practicando con estos. Sus lectores lo agradecerán.

 

martes, 23 de julio de 2013

Si quieren seguir conociendo a María Moliner

http://cvc.cervantes.es/lengua/mmoliner/default.htm

Eso es lo que nos hace falta


Los autores de diccionarios tienen dos destinos. El destino más ingrato logra  que sus nombres se pierdan entre las páginas de sus obras. El destino más glorioso convierte sus apellidos en el nombre del propio diccionario.

Así le ocurrió al lexicógrafo italiano del siglo XV Ambrosio Calepino: durante siglos se les ha llamado calepinos a los diccionarios latinos. Al mejor diccionario ideológico del español se le conoce como “el Casares”, en honor al apellido de su autor, Julio Casares. El irrepetible Diccionario de uso del español es conocido por “el María Moliner”.

Los que amamos los diccionarios tenemos una deuda de gratitud con Doña María Moliner. Nació con el siglo XX, se atrevió a marcar el  camino en años muy difíciles y, con su valentía, nos dejó el listón muy alto. María Moliner en una carta dirigida a bibliotecarios rurales nos dejó estas frases que hoy comparto con ustedes:  

No será buen bibliotecario el individuo que recibe invariablemente al forastero con palabras que tenemos grabadas en el cerebro, a fuerza de oírlas […]: «Mire usted, en este pueblo son muy cerriles; usted hábleles de ir al baile, al fútbol o al cine, pero… ¡a la biblioteca…!».

No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta: cultura! Ellos presienten, en efecto, que es cultura lo que necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación efectiva, que solo ella ha de dotarles de impulso suficiente para incorporarse a la marcha fatal del progreso humano sin riesgo de ser revolcados.

Sobre ella y sobre su vida, honesta e impresionante, se ha escrito mucho, incluso protagoniza una obra de teatro. El mejor homenaje que todos podemos hacer, y nos vendrá muy bien además, es conocer su diccionario y aprovechar toda la sabiduría que nos dejó entre sus páginas.

 

Chiviricas


La mayoría de las palabras en español tiene acento y algunas lo tienen  marcado gráficamente mediante una tilde. La norma es que las palabras solo se acentúen de una manera pero hay un pequeño grupo de “chiviricas” que se ha escapado del redil y puede acentuarse de dos maneras, ambas correctas.

En algunos casos la doble acentuación procede del sufijo, como en las palabras que contienen el sufijo –iaco/íaco. ¿Cómo decimos policíaco o policiaco, cardíaco o cardiaco, afrodisíaco o afrodisiaco? Podemos elegir: ambas posibilidades son correctas.

La duplicidad puede tener distintas causas, muchas veces relacionadas con el origen de la palabra o con su condición de préstamo o extranjerismo. La palabra áloe, pronunciada como esdrújula, se acerca más a su étimo, pero puede pronunciarse como llana, aloe. Los dominicanos, si dudamos, podemos echar mano de la beneficiosa sábila.

Un caso curioso es el de la pareja élite/elite. En francés el sustantivo élite, ‘minoría selecta o rectora’ se pronuncia [elít]. Cuando se castellanizó se adaptó en la forma llana elite pero se produjeron interferencias con la grafía francesa original que provocaron una pronunciación esdrújula por la interpretación de la tilde francesa a la española. Con su extensión, incluso entre hablantes cultos, el uso de la variante esdrújula se considera tan válido como el de la llana.

A veces nos decantamos por una u otra acentuación según en qué lado del Atlántico hablemos. La palabra icono, que tanto usamos ahora, puede pronunciarse como llana –acentuación más próxima a su etimología- o como esdrújula, ícono.  Las divergencias aparecen en todos los ámbitos: beisbol/béisbol, futbol/fútbol, chofer/chófer, coctel/cóctel, pudín/pudin. En estas parejas la primera forma es la más habitual en América y la segunda en España, pero ambas son correctas. Conviene conocerlas, por si nos las topamos por ahí.            

martes, 9 de julio de 2013

¿Seremos capaces?


 
            La preocupación por el manejo del lenguaje por parte de los jóvenes ha existido siempre. Hagamos un pequeño esfuerzo y recordemos que no hace tanto -o quizás sí- nosotros mismos queríamos diferenciarnos a toda costa de los adultos y parecernos lo más posible a nuestros amigos. La jerga juvenil, cuya razón de ser es estar lo más alejada posible del lenguaje de los “viejos” y resultar incomprensible para ellos, es parte de la adolescencia. Cambia con las épocas y las modas y, como ellas, es efímera.  

Los jóvenes intuyen desde muy pronto que el lenguaje es parte de su identidad y que, como tal, los identifica como individuos y como grupo. Me gustaría transmitirles a padres y docentes que en la jerga juvenil en la que muchos no ven más que riesgo podemos ver también una oportunidad.  

Ayudemos a que nuestros jóvenes tomen conciencia de que usan esta jerga juvenil y de por qué la usan; aprovechemos esta toma de conciencia para que sepan cuándo deben utilizarla y en qué momentos resulta inapropiada. No se trata de que la abandonen. Se trata de que sepan adaptar su forma de hablar al momento y al interlocutor. Pero para poder ofrecerles esta posibilidad no podemos olvidarnos de lo primordial. Tenemos la responsabilidad de enseñarles una forma de expresión correcta y adecuada que será la que vayan adoptando como propia con la madurez y que los acompañará durante toda su vida. Si queremos que la descubran de nuestra mano tenemos que enseñar con el ejemplo. ¿Seremos capaces? 

 

 

lunes, 8 de julio de 2013

Para hablar en "buen dominicano"



 

08 jul, 12:00 AM|4|POR Inés Aizpún

11,000 palabras para hablar en "buen dominicano"


SD. Pronto, el Diccionario del Español Dominicano (DED) estará en manos de todos los interesados en conocer los recovecos del uso del idioma español en la República Dominicana: 800 páginas, 11,000 palabras y más de 20,000 acepciones para...

http://www.diariolibre.com/noticias_det.php?id=391752&l=1

martes, 2 de julio de 2013

Este cuento no es corto


Hablábamos en una Eñe anterior del género ambiguo y quedé debiéndoles el género común, el que tienen los sustantivos que se refieren a seres sexuados y que pueden usarse en masculino o femenino sin sufrir variaciones, solo mediante la combinación con determinantes o adjetivos femeninos o masculinos, según el caso.  

Los sustantivos líder, taxista, pediatra, cónyuge, por ejemplo, tienen género común y, según el sexo de su referente, pueden ser masculinos (el líder, el pediatra) o femeninos (la líder,  la pediatra). Detectives y criminales pueden referirse a hombres o mujeres; sabremos de qué género (y sexo) se trata cuando los combinemos con los determinantes (el criminal, ese detective) o con los adjetivos (criminal peligrosa, detective avispada).  Busquen y encontrarán atletas, comensales, artífices, espías, suicidas, combatientes, vírgenes, tripulantes…

Todavía nos falta una excepción. Existen sustantivos que mediante un solo género gramatical pueden referirse a personas o animales de ambos sexos. Tenemos una palabreja para ellos: son sustantivos de género epiceno. El tiburón se refiere al macho o a la hembra; la persona o el personaje a la mujer o al hombre; lo mismo les sucede a  las perdices, las jirafas, los hipopótamos o los manatíes.   

Cuando de género se trata no podemos olvidar que la lengua dispone de un sistema complejo; un sistema que no ha aparecido por arte de magia y que no nos hemos inventado nosotros. En él, como en muchos otros aspectos del español, perviven rasgos de nuestra lengua madre, el latín, y rasgos que hemos ido atesorando con el paso del tiempo. Recuerden que en el caso del español la historia es larga y no podemos hacer el cuento corto.