La riqueza
innegable de nuestra lengua se muestra, entre otros aspectos, en la polisemia.
Nuestras palabras acumulan a lo largo de su historia, y gracias al uso de los
hispanohablantes, múltiples, y a veces variopintos, significados.
Nos acostumbramos a
usarlas con un sentido y nos sorprenden en ocasiones con su aparición en el
momento y el contexto más insospechado. Esa sorpresa pudo acabar en disgusto en
el caso de un ciudadano que envió un escrito a un organismo administrativo.
En la respuesta oficial este organismo acusaba recibo de su carta y citaba al
ciudadano. Este, ni corto ni perezoso, respondió indignado que no entendía por qué
era acusado por el simple hecho de haber escrito una carta.
El malentendido
parece surgir del desconocimiento de una de las acepciones del verbo acusar (hasta
once se registran en el diccionario académico). La más conocida y usada es
indudablemente la primera: ‘Imputar a alguien algún delito, culpa, vicio o
cualquier cosa vituperable’. La acepción de acusar que provocó, por
desconocimiento, la indignación del autor del escrito es la que en el DRAE
se define como ‘avisar, notificar el recibo de cartas, oficios, etc.’. Nada que
ver con delitos, vicios o imputaciones. Recuerden que también podemos usar este
verbo para expresar que alguien o algo muestra los efectos de un golpe, ya sea
real o figurado: Su rostro acusa los efectos de una larga enfermedad.