Las palabras me parecen pequeñas esponjas que van absorbiendo a su paso por el tiempo nuevos significados. Las voces de nuestra lengua saben mucho de esto. Desde su nacimiento a partir del latín tardío han vivido muchos siglos, han recorrido muchas tierras y se han puesto al servicio de muchas gentes. Este recorrido vital –porque las palabras viven y mueren- las ha ido impregnando de matices que, aunque muchas veces nos pasan desapercibidos, evocan tiempos, tierras y gentes que ya no están. Las palabras son parte de su legado y del que nosotros dejaremos a los que vengan.
Las fiestas navideñas, tradicionales por excelencia, son ricas en festejos, reencuentros familiares alrededor de la mesa, y también en palabras. Aguinaldos, teleras, angelitos, charamicos y burritos sabaneros llegan con ellas y nos dicen adiós con la Vieja Belén. Si buscan en el DRAE la palabra angelito no encontrarán la acepción que refleje el intercambio programado de regalos que se repite año tras año en nuestras celebraciones navideñas. El aguinaldo pasa de ser un regalo o una canción popular con motivo de la Navidad a convertirse entre nosotros en una fiesta navideña. La palabra sabana, tan cercana con su origen caribe, denomina una llanura extensa. La integración de este indigenismo en nuestra lengua la demuestra el desarrolla del adjetivo sabanero, 'habitante de la sabana', que le cae también a nuestros burritos.
Vayan mis mejores deseos para todos ustedes. En estos días necesitamos, sobre todo, que no nos falten las palabras y que sepamos usarlas para la concordia y la paz.
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