El comercio electrónico y las nuevas tecnologías nos obligan día a día a replantearnos nuestra forma de estar en el mundo. Los libros electrónicos, cuya denominación ya se encuentra en el diccionario académico, nos llevaron de la mano a una experiencia de lectura que tenía poco que ver con el tacto del papel y el paso de las hojas, entrañable para muchos de nosotros. Aquello tan coloquial de tirar páginas para la izquierda perdió un poco de su sentido. Al principio me resistí, pero solo al principio, porque la atracción que ejerce el negro sobre blanco supera en mí cualquier tipo de reticencia.
Hasta que he sabido de este nuevo escollo. Algunos atesoramos los libros porque establecemos con ellos una relación especial. Una vez leídos los hacemos nuestros y los consideramos como objetos personales de los que no podemos desprendernos fácilmente. A mí y a los que son como yo nos va a resultar difícil apegarnos al formato electrónico después de saber que una de las condiciones de su compra es la intransferibilidad. ¿Dónde queda aquello de legar nuestra biblioteca a nuestros hijos o a futuros lectores? Cuando nuestros libros hayan dejado de tener sentido para nosotros ¿no podremos entregarlos para disfrute de quienes los quieran o los necesiten? Parece que los libros electrónicos nos obligan a dejar de considerarnos dueños para reducirnos a usuarios. Tendremos que renunciar al sueño de nuestra propia biblioteca digital y volver al placer de pasear nuestros dedos y nuestras miradas por los lomos de los libros. Seguiremos tirando páginas para la izquierda.
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