El mes de febrero nos inunda cada año, por amor de la publicidad y el comercio, de una competencia de corazones y mensajes aterciopelados. Por si el amor no fuera suficiente excusa, le han añadido la amistad. Siempre me produce aversión verlos relacionados con razones pecuniarias. Sin embargo, no he podido resistir la tentación de dejarme llevar al amor del agua ('dejando correr las cosas que debieran reprobarse') y recordar que si con algo tienen relación el amor y la amistad es con las palabras, a veces verdaderas y otras veces no tanto. Formales o coloquiales, las palabras expresan estos sentimientos y mantienen, o destruyen, las relaciones que ellos construyen.
No es lo mismo enamorarse que enamoriscarse ('prendarse de alguien levemente y sin gran empeño'). No es lo mismo flechar a alguien que amarrarlo. En el primero parece que algo tienen que ver Cupido y sus flechas mitológicas; en el segundo los lazos se convierten en ataduras. No es lo mismo tener amores que amoríos ('relación amorosa que se considera superficial y pasajera') o embullitos.
En España se pela la pava y en República Dominicana se come gallina. No hace tanto, aunque a muchos nos parezca un mundo, los enamorados no podían conversar a su amor ('holgadamente') sino que debían estar supervisados por los chaperones de turno. Existía entre nosotros los que se dedicaban a cuidar el altar para que estas charlas amorosas no pasaran a mayores. Las cosas han cambiado, unas mucho y otras no tanto, unas para bien y otras… Las palabras han cambiado o han permanecido con ellas pero seguimos usándolas y ojalá que no nos falte nunca la ocasión de hacerlo, señal de que tendremos cerca un buen amigo o un buen amante.
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