Las aguas del Rin nos
condujeron a Maguncia (Mainz, en alemán). En un hermoso edificio cercano a su
espléndida catedral románica entramos en una enorme bóveda blindada. Dentro de
una urna a media luz, lejos del sol que nos había acompañado en las calles de
la antigua Maguncia, resplandecen las dos primeras Biblias de 42 líneas, los
dos primeros libros impresos, hermosos por sí mismos y también, y sobre todo,
por lo que representan; un ambicioso proyecto hecho realidad por un hombre
extraordinario que puso su talento al servicio de la humanidad.
La biografía de Johannes
Gensfleisch, conocido como Gutenberg, conserva un halo misterioso, no así su obra. Gutenberg inventó
un procedimiento de impresión con caracteres móviles que se convirtió en la
idea originaria de la imprenta moderna. Gracias a dos préstamos de 800 florines
instaló un taller en su casa natal y compuso el primer libro impreso de la
historia; en dos columnas por página de 42 líneas cada una, de así su
sobrenombre. Quedaron atrás las copias manuscritas. Había nacido el libro que
nos acompaña hasta hoy. Las fuentes históricas hablan de 1455.
El Museo Gutenberg,
inaugurado en 1900 por ciudadanos de Maguncia para conmemorar el 500
aniversario de Johannes Gutenberg, reproduce su taller, sus técnicas y sus
condiciones de trabajo. Desde Gutenberg a nuestros días repasamos la historia
de la tipografía y del arte de los grabados, el denominado arte negro.
Johannes Gutenberg murió
el 3 de febrero de 1468. Su casa natal, el
Hof zum Gutenberg, y el taller que en ella construyó y que cambió el mundo lo sobrevivieron durante siglos. Un lugar mágico y emocionante que fue destruido, como tantos lugares y tantas vidas, durante la Segunda Guerra Mundial y cuyo recuerdo conservamos como un emocionante testimonio de nuestras heridas.
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