Existen las cartas
abiertas, dirigidas a alguien en concreto pero cuyo objetivo es que su
contenido sea de conocimiento público; existe la carta pastoral, a la que
acuden los prelados para instruir a sus diocesanos, y existen las cartas
credenciales, que presentan los embajadores para ser reconocidos como tales por
el país que los acoge.
Hay quien se cree
con carta blanca para cualquier cosa y quien cree en lo que le dice su carta
astral sobre la influencia de la posición de los planetas en el momento de su
nacimiento. Con más criterio, los marinos confían en sus cartas náuticas, o
cartas de marear (hermosa palabra también), para sortear los escollos del suelo
marino o de la costa. La carta magna establece normas fundamentales para
que entre todos sorteemos otro tipo de escollos.
Hay veces que nos lo jugamos todo a una carta y hay ocasiones
en que no sabemos a qué carta quedarnos. Para acabar con la indecisión siempre
ayuda poner las cartas boca arriba. Cada vez las usamos menos (por desgracia
para los que nunca han recibido una carta de amor) pero siguen muy presentes en
nuestras expresiones de cada día. Y, si no, que se lo pregunten a mi colega de
agujeta, tejedora y comunicativa a carta cabal.