Disfruto las consultas que me permiten bucear en la historia de las palabras, casi siempre sorprendente. Las azafatas eran en su origen las camareras encargadas de asistir a la reina con sus vestidos y joyas para lo que se ayudaban de una bandeja de poca altura denominada azafate, que terminó por darles nombre. Uno de los registros más antiguos de esta palabra se encuentra en un inventario de los bienes de Felipe II en 1600. Con este significado se registra ya en el primer diccionario académico en 1726, en el que se aclara que se llama azafata "por el azafate que lleva y tiene en las manos mientras se viste la reina".
El cambio en los tiempos produjo, como siempre, el cambio en la lengua y, con los años, la palabra azafata sirvió para denominar a las auxiliares de vuelo encargadas de atender a los pasajeros de los aviones. La leemos ya con este significado en una novela de Miguel Delibes de 1948. La Academia, como debe ser, sigue a los hablantes cultos y la incluye en su diccionario en 1956. En América, además, aparece el compuesto aeromoza, que ingresa en el diccionario académico en 1992.
Como las azafatas, tanto las reales como las aéreas, tradicionalmente eran mujeres, nunca hubo necesidad de buscar un masculino. Eso cambió a finales del siglo XX. Una profesión considerada femenina se amplió a los hombres y poco a poco surgieron los azafatos o los aeromozos, o los mucho más asépticos y aburridos auxiliares de vuelo. Una vez más la Academia adapta su diccionario y, en la próxima edición, incluirá también los sustantivos masculinos. Como ven no siempre somos las mujeres las que ampliamos campos y hacemos volar las palabras.
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