La formación correcta del femenino en las palabras que designan profesiones o cargos provoca a menudo dudas. La incorporación de la mujer al mundo laboral en todos los ámbitos hace cada día más necesaria, y ya iba siendo hora, la disponibilidad de estos términos tanto para hombres como para mujeres. Los casos son innumerables y cada uno, como suele pasar en la lengua, con sus correspondientes excepciones.
Hoy quiero dedicarme, para complacer la curiosidad de muchos lectores, a los que terminan en –e. Normalmente funcionan como sustantivos comunes en cuanto al género, es decir, disponen de una forma única para ambos géneros gramaticales: una pinche de cocina o un pinche de cocina. El sexo de la persona designada lo expresan en estos casos los artículos y los adjetivos.
Algunos de estos sustantivos tienen para el femenino formas específicas construidas con los sufijos –esa, -isa o –ina. Así encontramos al alcalde y la alcaldesa, al sacerdote y la sacerdotisa, y al héroe y la heroína. Hay incluso unos pocos que han generado un femenino en –a: jefas y jefes, caciques y cacicas, que también las hay.
Un grupo muy numeroso son los nombres que terminan en –ante o –ente: el/la comediante, el/la estudiante. Funcionan como comunes, con una sola forma, aunque en ciertos casos han extendido para el femenino una forma terminada en –a que va siendo aceptada por el uso; cada día nos resultan menos extrañas las clientas, las marchantas o las presidentas.
Como ven, en la lengua suelen combinarse cuestiones gramaticales, históricas y también de uso y costumbre. Cada hablante debe decidir si el uso que quiere para su lengua es el apegado a la norma culta y prepararse para ponerlo en práctica. Lectura, lectura y más lectura. Créanme, nunca será suficiente.
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