Cuando un escritor de la altura humana y literaria de Carlos Fuentes muere, muere con él en todos nosotros la capacidad de fabulación. Huérfanos de palabras, nos sentimos indefensos ante una realidad que pide a gritos una ficción que la supere.
La inteligencia demostrada a través de las palabras fue su firma. Su prosa transmina América y su español, un español escrito a mano, como antes, con calidad y transparencia, nos ha impulsado como hablantes hacia el siglo XXI. La voz literaria de Carlos Fuentes, una voz mexicana que supo trascender los límites de la mexicanidad, se hizo merecedora del Premio Cervantes y del Premio Príncipe de Asturias. Cuando reconocemos al español como una lengua de cultura estamos hablando precisamente de que en español escriben personalidades como la de Carlos Fuentes, quien reconocía que, desde la primera vez que leyó el Quijote, volvía a él año tras año.
En las páginas del diario español El País leí estas palabras de Juan Cruz dedicadas al novelista: "Perturbado su país, perturbado el mundo, perturbado el universo personal que lo animó algún día, Fuentes ya era solo un escritor, una mente buscando en las ficciones la explicación del mundo". En tiempos como estos en que no nos podemos permitir el lujo de prescindir de quienes nos explican el mundo, no podemos esperar más palabras de Fuentes. La edad del tiempo, de su tiempo y, con él, un poco del nuestro, llegó al final.
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