martes, 1 de julio de 2014

Caminos reales y veredas

Tengo un amigo que es capaz de recrear su infancia con solo mencionar el nombre de su terruño natal (no sé si se quedará satisfecho con que su "mítica" Navas quede reducida a terruño).
Los nombres de los lugares se conocen con el  término especializado de topónimos. Basta un recorrido breve por caminos reales y veredas de esta tierra nuestra para encontrar hermosos ejemplos. Los hay de origen prerromano, como Navas, del que no tenemos la exclusividad, porque Navas las hay repartidas por toda la geografía del español. Los hay de origen indígena, como Jarabacoa, que nos traen resonancias prehispánicas que hemos sabido atesorar. Los hay creativos, como el pequeño poblado Vengan a Ver, que provocan cierta curiosidad y nos despiertan una sonrisa. Los hay que describen la naturaleza como es, o como nos gustaría que fuera: Buena Vista, Arroyo Dulce, Palo Alto o Fondo Negro. Algunos podrían ser parte de un verso clásico, como Postrer Río.
Nuestra geografía está poblada de nombres con sonoridad y poder de evocación. Desgraciadamente demasiadas veces los leemos mal escritos en la señalización vial. La flamante autovía del Este es un ejemplo lamentable. Vemos al  hermoso Higüey sin su diéresis una y otra vez; las tildes de Bayahíbe y Macorís brillan por su ausencia. ¿Tan difícil era revisar la ortografía de un puñado de palabras?



Cuando aprendemos a escribir sentimos orgullo al perfilar las letras que componen nuestro nombre. Saber cómo nos llamamos y cómo se llama nuestra tierra es una muestra de formación y de respeto por lo nuestro. Los topónimos nos hablan de tradición, de historia y del paso del tiempo; en definitiva, hablan de nosotros.

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