martes, 28 de enero de 2014

Ojo con las nuevas palabras


Nuestra lengua no para de crear palabras. Con ellas se remoza y se adapta a los tiempos. Las creaciones las realizan los hablantes y el uso las difunde y las impone o las aparta y las hace desaparecer. Pero, como casi todo en la lengua, la creación de nuevas voces debe seguir unas normas.  Para formar nuevos términos disponemos de la derivación, con la que creamos mediante los afijos (ya sean prefijos o sufijos). En la página electrónica de la Academia Dominicana de la Lengua recibimos una consulta sobre la derivación correcta de los verbos desvelar y develar. Ambos son sinónimos y significan ‘quitar o descorrer el velo que cubre algo´.  

A partir de ellos se forman los derivados develizar y desvelizar, con el mismo significado de los verbos originales. El uso de estos dos verbos derivados está desaconsejado por innecesario. No tiene mucho sentido crear dos formas nuevas cuando ya existen dos palabras para expresar ese mismo significado.  

A partir del verbo develar se forman los sustantivos develación  (‘acción de descorrer el velo que cubre una estatua, un retrato o una inscripción en una ceremonia inaugural’) y develamiento; a partir del verbo develizar, cuyo uso hemos tachado de innecesario, se forman develización y develizamiento. En español el sufijo –ción forma sustantivos a partir de verbos para expresar acción y efecto. El sufijo –miento cumple exactamente la misma función. Estos dos sufijos son los que intervienen en la creación por derivación nominal de estos cuatro sustantivos que resultan ser sinónimos.   

Si seguimos el consejo del Diccionario Panhispánico de Dudas deberíamos decantarnos por los verbos develar o desvelar y por los sustantivos develación o develamiento, que se derivan de ellos. Nuevas palabras, sí, pero si son necesarias y se apegan a las normas que rigen nuestra lengua.

Una Academia con historia


Estas vacaciones invernales me han traído un regalo inesperado. Visité en Madrid la exposición “La lengua y la palabra”, organizada por la Real Academia Española con motivo del tercer centenario de su fundación.
En un mundo cada día más cambiante y en el que parece que nos cuesta ponernos de acuerdo para lograr una causa común, sorprende gratamente la historia que nos cuenta esta muestra. A través de objetos artísticos, históricos y científicos y a lo largo de siete capítulos, conocemos los avatares de esta corporación que nació con la misión de proteger y engradecer nuestra lengua común y que, por extraño que nos parezca, ha sido capaz de mantener este objetivo durante 300 años.
A lo largo de las salas se enlazan ciencia y lengua para ayudarnos a entender la naturaleza compleja y extraordinaria del lenguaje humano y de su historia. Desde la referencia bíblica al galimatías de la Torre de Babel a través de la obra pictórica de Frans y Ambrosius Franken a  los años ilustrados que son testigos del nacimiento de la Real Academia Española; desde las guerras y revoluciones que acompañaron y separaron a España y América en el XIX a la conciencia de la lengua común como amalgama de nuestra identidad; desde la llamada insistente de las mujeres a la puerta de la Academia a la negativa a incoporarlas (incluso a la inabarcable María Moliner) con el argumento de que “no hay lugar para señoras”; desde los incunables y las primeras ediciones de nuestros diccionarios a la revolución tecnológica de la lingüística de corpus.
Los primeros académicos nos dejaron un legado que, en la medida de nuestras fuerzas, tratamos de mantener y engrandecer. Como a ellos nos guía el lema ilustrado de Kant “Atrévete a pensar”, más vigente hoy que nunca.

jueves, 9 de enero de 2014

De tumbarrocíos


Inés Aizpún me preguntó en una entrevista cuál era para mí la palabra más hermosa del español dominicano. Nunca me lo había planteado pero lo dudé ni un instante. Tumbarrocío, le respondí.
Se trata de un precioso sustantivo compuesto con el que se designa a un pequeño pajarito que vuela en nuestros campos y que, al posarse, hace caer las gotas de rocío de las hojas. Es una imagen poética creada váyase usted a saber cuándo por un hablante con la suficiente sensibilidad para detenerse a contemplar la naturaleza.
 Esta palabra se ha creado por composición, un método tradicional en español para la formación de nuevas voces. El verbo tumbar y el sustantivo rocío se unen para crear una nueva voz. Su ortografía también es interesante; el sonido /rr/, representado con r inicial en rocío, pasa a ser representado por el dígrafo rr en posición intervocálica en tumbarrocío.  El detalle más interesante es que el verbo tumbar, usado en una acepción característica del español americano, ha sido muy feraz a la hora de generar palabras. Sus compuestos siguen la misma estructura: verbo tumbar + sustantivo complemento directo.
Seguro que les suenan, más bien les resuenan, los atronadores tumbagobiernos, esos artefactos pirotécnicos que hacen temblar nuestros tímpanos y a los que en Venezuela se les denomina tumbarranchos (aquí aparece de nuevo el dígrafo rr entrevocales). Abundan también los tumbafondas (¿quién no se los ha encontrado comiendo a costa de los demás en estas comilonas navideñas?). Pero, sin duda, los que aparecen con más frecuencia son los tumbapolvos.
Probablemente cada uno de nosotros tengamos nuestra palabra favorita. Unas veces será su sonido, otras su significado, otras su ortografía. Estos ingredientes se combinan en las palabras y les aportan su poder de evocación. Las palabras nos pertenecen: aprendamos a disfrutarlas.

 

viernes, 3 de enero de 2014

Al mirar atrás


Cuando miro atrás y recuerdo las experiencias humanas y profesionales que me ha regalado el año 2013 parecería que este año extraordinario ha tenido más de doce meses. Empezó allá por enero, como cada año, con cañonazo, Reyes Magos que dejan ilusión y una Vieja Belén que se acuerda de aquellos de los que nadie se acordó.
A nosotros nos trajo la inquietud de saber que nuestro largo trabajo dedicado a la creación de un diccionario que mostrara cómo hablamos estaba llegando a su fin. Todavía nos quedaba tarea por delante pero, con el paso de los meses, la obra fue tomando forma día a día hasta convertirse en la realidad que pusimos en manos de los dominicanos a finales de noviembre. 
Un diccionario -se dice pronto- que registre lo que decimos y cómo lo decimos; en el que nos reconozcamos y aprendamos a mirarnos con más profundidad; para saber lo que hacemos mal y empezar a corregirlo; pero también para saber lo que hacemos bien, la riqueza que hemos conservado de un español centenario y la riqueza que hemos creado para seguir engrandeciéndolo.
Acostumbramos a poner el acento en lo que hacemos mal. Hoy, último día de este año grandioso, les propongo que pongamos el acento en lo que hacemos bien. El Diccionario del español dominicano es una de esas cosas. Estoy segura de que todos ustedes pueden buscar y encontrar tambien muchas cosas bien hechas entre los días y las noches de este 2013. Lo importante es que todas podemos emularlas o reintentarlas a partir de mañana. Les deseo la mejor de las suertes.