Todos hemos oído hablar de diminutivos y aumentativos; pero no siempre sabemos que cotidianamente los usamos como apreciativos. En ellos ponemos mucho de nosotros mismos porque nos sirven para teñir las palabras de nuestras valoraciones personales, ya sean estas positivas o negativas.
Seguro que saben de qué les hablo si les pido que me brinden un cafecito. Cuando opto por el diminutivo no me estoy refiriendo al tamaño de la taza ni a la cantidad de café, sino que elijo expresar mi apreciación por la bebida y por el gesto de brindarla o de compartirla en buena compañía. Si, por el contrario, me refiero a alguien tildándolo de personajillo, caballerete o jefecillo, no trato de destacar su tamaño corporal sino de incluir un matiz despectivo en mis palabras.
Para expresar la apreciación o el desprecio podemos valernos también del aumentativo. Un carrazo puede despertar admiración no solo por su tamaño. Creo que no tengo que aclararles la apreciciación que implica (tamaño incluído o no) un apelativo como mujerón.
Debemos tener presentes dos apuntes ortográficos. El sufijo aumentativo –azo/aza se escribe con zeta; serán siempre barbarazos y barbarazas. Las variantes del diminutivo -cito/cita o –cillo/cilla se escriben con ce; serán siempre papacitos y mamacitas.
Las lenguas son sistemas estructurados. Nada –o casi nada- en ellas sucede al azar. Conocer la gramática de los apreciativos, de los que tan a menudo echamos mano para conseguir expresividad, puede ayudarnos además a evitar errores ortográficos. Me despido. Adiosito.
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