lunes, 27 de diciembre de 2010

Propósitos de año nuevo

Esta columna de hoy es la última Eñe de 2010. En estos días solemos mirar atrás y analizar lo que ha sido el año que está a punto de terminar. Para la Academia ha sido un año intenso de trabajo y de resultados. Hemos presentado tres obras emblemáticas para el conocimiento y el estudio del español en todo el mundo: una  nueva gramática, el Diccionario académico de americanismos, y ahora la nueva ortografía académica, que nos mantendrá ocupados durante los próximos meses.

En estas fechas también acostumbramos a plantearnos nuestros propósitos para el nuevo año; y el nuevo año académico viene cargado de proyectos útiles para todos los hispanohablantes y para los que aspiran a serlo: una nueva edición del Diccionario de la Real Academia, y un nuevo diccionario escolar panhispánico, para que nuestros niños aprendan a usar el diccionario y a verlo como lo que debería ser el resto de sus vidas, un libro de cabecera.

Seguirá su curso, laborioso e incesante, el proyecto de la Academia Dominicana de la Lengua de elaborar un diccionario académico sobre el español dominicano, proyecto que tenemos entre manos y que cada día va tomando forma y personalidad con el apoyo inestimable de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua. El trabajo ha sido y continuará siendo intenso. Nuestro objetivo es que todos estos resultados les sean de provecho y que contribuyan a transmitirles la pasión y la responsabilidad que nosotros sentimos por el español de todos.  

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Noches y días con nombre propio

La cultura occidental celebra con especial intensidad las fechas en las que nos encontramos. En ellas se conjugan tradiciones laicas y religiosas que nos acercan a la familia y los amigos y nos animan a plantearnos propósitos para el nuevo año y a olvidar los que nos propusimos el año pasado y aún no hemos cumplido. Todos nos renovamos con los que nacieron y morimos un poco con los que nos dejaron. Estas fiestas navideñas nos traen también sus palabras. Como todas las que se refieren a  festividades, ya sean religiosas o civiles, deben escribirse con inicial mayúscula.

El mes de diciembre tiene dos noches con personalidad y nombre propio: Nochebuena y Nochevieja.  Aunque en tiempos pasados solían escribirse como dos palabras independientes, la Academia recomienda la forma actual. Los días que les siguen, Navidad y Año Nuevo, no se quedan atrás. El significado de Navidad además se extiende al período de tiempo comprendido entre el día 25 de diciembre y el Día de Reyes, aunque en la República Dominicana llevemos ya, en su nombre, unas semanas de celebración anticipada, que nunca viene mal.

Fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias en 1527 habla de "la Nochebuena de Navidad", una de las primeras apariciones de esta hermosa palabra en un texto escrito en español. Probablemente las Navidades en esta isla han inspirado desde antaño sentimientos de alegría y buenas intenciones. Ojalá que las de este año cumplan con su cometido y nos hagan, aunque sea por unos días, un poco más felices y un poco mejores. 

martes, 14 de diciembre de 2010

Esto es lo que hay

Tengo que reconocer que el verbo haber acumula dificultades. El inconveniente más evidente es el ortográfico: la h y la b nos causan a veces sus problemitas. Sin embargo, los errores más frecuentes los encontramos, sin duda, en la utilización de haber en expresiones impersonales. En ellas haber expresa la presencia de aquello que indica el nombre que lo sigue en la oración. Por ejemplo: "hay café en la taza". En este uso, muy importante y aparentemente simple, hay dos escollos que repetimos una y otra vez pero que son muy fáciles de salvar.

El primer error consiste en hacer concordar en número el verbo con el sustantivo que lo sigue. Leemos y oímos muy a menudo, por ejemplo, "hubieron muchas personas que llegaron tarde", cuando lo correcto es "hubo muchas personas que llegaron tarde". Debemos mantener el verbo en singular puesto que el sustantivo que lo sigue no funciona como su sujeto sino como su complemento directo.

El segundo error, muy parecido al primero, lo cometen quienes utilizan haber con la primera o la segunda persona. Cuando de oraciones impersonales se trata, sólo debemos utilizar el verbo haber en las formas de la tercera persona del singular: hay, hubo, habrá, había, habría, haya hubiera, hubiese; por lo tanto, expresiones como "habemos muchos que llegamos a tiempo" son incorrectas y podemos evitarlas si prestamos un poco de atención. Ya sabemos que la expresión correcta, tanto oral como escrita, nos exige cuidado, pero también nos ayuda a comunicarnos mejor y habla bien de nosotros mismos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Cementerio de palabras


 

    Las circunstancias sociales y económicas repercuten directamente en el idioma, aunque sus consecuencias se observen a largo plazo. El abandono político y económico del campo es una de estas circunstancias. La migración hacia los centros urbanos impuesta a los pobladores del medio rural tiene repercusiones evidentes en el habla popular. Los rasgos locales se ven cada día más amenazados de desaparición. Esta amenaza incide gravemente en el vocabulario campesino, tan rico en palabras tradicionales que nos hablan de flora y de fauna, de labranza y de ganado, de tierra al fin. Su riqueza está en las "palabras de noble solera", como escribió el insigne filólogo Rafael Lapesa.


 

El habla popular de las grandes ciudades, en cambio, es abundante en palabras fugaces, que no arraigan, tienen fecha de caducidad y perecen para ser cambiadas por otras, como casi todas nuestras cosas. El vocabulario culto se interpreta mal y su usa impropiamente con mucha frecuencia. Los préstamos extranjerizantes están a la orden del día. El lenguaje juvenil o las jergas de la delincuencia se imponen y se difunden con rapidez. Con la misma rapidez con la que se abandonan porque pasan rápidamente de moda.


 

Este contraste entre las hablas populares rurales y las urbanas se da allí donde se habla español y, probablemente, allí donde se hablan todas las lenguas. El desarrollo del campo y de sus gentes paliará la migración forzosa y la aculturación y nos ayudará a acercarnos a todos a nuestras raíces. Nuestro alejamiento del campo nos convierte en vulnerables estatuas con pies de barro y a nuestra lengua en un cementerio de palabras.

Renunciar a la imaginación


 

    Oí en estos días en la radio un comentario de una pareja de jóvenes locutores que me preocupó por lo que supone de renuncia al ejercicio de la propia imaginación, rasgo que, como pocos, nos define como seres humanos. Cuando una obra literaria es adaptada como guión cinematográfico es habitual oír a la gente decir que esperará a la película para no leer el libro. El escasísimo hábito de lectura que se ha impuesto entre nosotros provoca que este tipo de afirmaciones haya dejado de sorprendernos. Sin embargo, el comentario de los jóvenes locutores iba mucho más allá. Según ellos un lector nunca podría llegar a imaginarse solo, y sólo con la lectura, lo que veía plasmado en la pantalla de cine.


 

    No me extraña que estos jóvenes no lean mucho. Han perdido la capacidad y han renunciado al placer de ejercer su propia imaginación a partir de un texto escrito. El poder evocador de la palabra escrita, en el que se basan la grandeza y el misterio de la literatura, pierde su fuerza cuando los lectores dejan de imaginar por ellos mismos y se limitan a imaginar por "cabeza ajena". Algunas personas que se han visto privadas de la libertad se aferran al pensamiento y la imaginación como únicos derechos de los que no pueden ser despojados. Otras, como estos jóvenes, renuncian a ambos por simple pereza o incapacidad. Una periodista amiga me escribía hace unos días sobre un interesante consejo que había leído en la red para los que prefieren esperar a la película: no esperen más para consultar el diccionario: no será el guión de ninguna película.