Ante el soberbio edificio de este nuevo diccionario académico, el Diccionario de americanismos, me ha tocado a mí en suerte referirme a su planta. Del mismo modo que, ante una espléndida obra arquitectónica, nuestros pensamientos se remiten a los diseños de los planos que le sirvieron de soporte y guía, ante esta obra lexicográfica, que ocupa ya un lugar primordial en la historia de la lexicografía hispánica, nos planteamos cuáles han sido las directrices fundamentales que han ayudado a construirla y que serán esenciales a la hora de que sus lectores, o como se les llama en la introducción, sus consultores le puedan extraer el máximo rendimiento.
Los candidatos a consultores de este nuevo diccionario somos nación. Los hablantes de cualquiera de las variedades del español de América conoceremos mejor nuestra propia idiosincrasia lingüística; los lectores de la pujante literatura hispanoamericana agradeceremos su ayuda para el disfrute y la interpretación de textos teñidos de las peculiaridades léxicas americanas; los interesados en el español como segunda lengua encontrarán en él el complemento de consulta imprescindible al tradicional diccionario académico. No dudo de que va a convertirse en un instrumento de gran utilidad para la descodificación de textos orales y escritos pertenecientes al español americano.
Porque esta es su gran razón de ser, lo que identifica y le da personalidad a la obra que hoy ponen en nuestras manos las Academias. Estamos ante un diccionario dialectal del español de América, un español de América que supone la población y la extensión territorial mayoritaria de los hablantes de español como lengua materna, desde Tierra del Fuego en el sur del continente, al gigante estadounidense, hoy por hoy el segundo país hispanohablante del mundo. El punto de referencia y de contraste de uso lo constituye el español general, el léxico español compartido por todos los que hablamos en nuestra lengua, y que representa más del 80 por ciento de nuestro vocabulario. Se conjura así la crítica que habitualmente enfrentan las obras académicas acerca de su eurocentrismo.
La creación de las academias americanas de la lengua española, a finales del siglo XX y principios del XX, está en el germen de este diccionario. Sus aportaciones lexicográficas, de primera mano, sobre el uso y la difusión real de cada vocablo en sus respectivos países acortó la brecha de conocimiento mutuo existente entre las dos orillas del español. De ese acercamiento inicial, de ese viaje de ida y vuelta, nació la idea de esta obra; pero los azares que siempre presiden la historia, también la historia de las lenguas, provocaron que fuera el Diccionario de la lengua española de la Real Academia la primera obra que se enriqueció con esta colaboración panhispánica. Tras años de esfuerzo, el trabajo mancomunado de todas las academias ha logrado finalmente que el proyecto del Diccionario de Americanismos arribara a buen puerto.
Hablemos del diccionario. Empecemos por lo que está en el diccionario pero no es diccionario propiamente dicho. El primer paso, como lectores, si queremos sacarle el máximo partido, es la lectura detenida de las instrucciones de uso. En este caso, de la "Guía del consultor", que recorre las características generales de la obra y hace un repaso intenso y extenso por su planta, diseñada por Humberto López Morales, desde sus características generales, pasando por su macroestructura, hasta describir detenidamente su compleja microestructura.
Si nos trasladamos al final de la obra, una vez pasado el cuerpo del diccionario, nos encontramos con un índice y una colección de apéndices que completan la macroestructura de la obra y descargan su microestructura. La sorpresa del "Índice sinonímico" nos habla a primera vista de la capacidad de que disponemos los hispanohablantes para la creatividad léxica. Si los sinónimos registrados de una palabra no llegan a 10, éstos se incluyen al final de su correspondiente artículo lexicográfico. Pero si su número supera los 10, éstos pasan a formar parte del Índice sinonímico, desde los 142 sinónimos dedicados al vocablo amigo a los 253 del lema niño, a. No me he atrevido a contabilizar los sinónimos de los nombres o adjetivos despectivos, que tanta creatividad provocan entre los hablantes. El índice de sinónimos se completa con dos apéndice dedicados a recopilar las denominaciones de las etnias y de las lenguas indígenas vivas de Hispanoamérica; un apéndice registra los gentilicios americanos, organizados por países; dentro de éstos se registran provincias, ciudades importantes, gentilicios regionales y suprarregionales y los gentilicios dedicados a los extranjeros. Estas relaciones se completan con la dedicada a los hipocorísticos y las siglas hispanoamericanas de mayor uso así como a la nomenclatura institucional de cada país.
No podrá achacársele a esta obra lo que habitualmente se critica, por desconocimiento, a los diccionarios académicos. La Asociación de Academias ha diseñado un diccionario descriptivo, que pretende registrar todo el léxico en uso en las variedades americanas del español; no se veta, en esta ocasión, la entrada en sus páginas de los neologismos, de los extranjerismos o de las palabras consideradas malsonantes, vulgares u ofensivas. Vean como el escritor dominicano César Nicolás Penson criticaba en 1889 el diccionario académico en su relato costumbrista "El juego de San Andrés": "Individuo había de tan recias pulgas que, acaso en el acto de pillárselas en el cuerpo y enfriándole la voluntad un soberano chisquetazo, arremetía furioso a una franca, a un viejo machete de cabo, a una escopeta o carabina y saliese tras los burladores echando todas las pestes que por corteses no han podido transigir con el diccionario ni aún tan siquiera con el de la Academia, por ser el más malo de todos". Se sentiría satisfecho el escritor dominicano y es posible que hasta templara un tanto sus críticas.
El sistema de marcas es muy completo y resulta una herramienta imprescindible cuando nuestro objeto de estudio es la lengua de una inmensa comunidad lingüística, tanto en lo territorial como en lo humano. Conocemos como marcas a las abreviaturas que se incluyen en los artículos lexicográficos, normalmente a continuación del lema, con el objetivo de aportar información pertinente acerca de las condiciones de uso de cada voz. A pesar de que habitualmente las pasamos por alto, les aconsejo que no desaprovechen el valioso caudal de información que en este diccionario se nos aporta a través de las marcas.
Encontraremos que cada lema, y si es necesario, cada acepción, va acompañado de una marca diatópica, hasta veinte marcas distintas. Estas marcas, expresadas en abreviatura, registran la distribución geográfica de la palabra, de norte a sur y de oeste a este, en el continente americano. De esta forma sabremos en qué lugares de América se usa cada voz y cada una de sus distintas acepciones.
Como materia viva y en constante cambio, la lengua, y especialmente el léxico, refleja el paso del tiempo. El diccionario nos ayuda a orientarnos temporalmente acerca de la vigencia de cada vocablo. Gracias a las marcas de frecuencia de uso sabremos si la palabra definida puede utilizarse sin ninguna restricción o si, por el contrario, es poco usada u obsolescente.
Muy valiosa resulta la información sociolingüística. Con estas indicaciones, colocadas después de cada definición, sabremos si la palabra en cuestión es propia de un grupo determinado de hablantes y, por lo tanto, puede considerarse como perteneciente al registro estudiantil, policial o delincuencial, por poner sólo tres ejemplos. Si nos detenemos con la suficiente atención, y conociendo las instrucciones de uso, podremos conocer la valoración social, positiva, negativa o neutra, que la comunidad hace de determinados vocablos; desde la valoración más prestigiosa, hasta la consideración de una expresión como vulgar o, incluso, como tabú. Sabremos además si la palabra consultada es propia de un estrato social determinado, culto o popular, y si la elegimos, o la eligen en cualquier país americano, en situaciones comunicativas esmeradas, que exigen un cierto cuidado en la expresión, o en situaciones comunicativas espontáneas o coloquiales. Pero esto no es todo. Se incluyen además marcas pragmáticas. Con este tipo de marcas podremos acercarnos a la intención comunicativa del hablante, desde la expresión afectuosa, pasando por la festiva o hiperbólica, hasta llegar a la despectiva.
Mi pretensión con este repaso por el sistema de marcas del Diccionario de Americanismos no es otra que animarlos a que saquen el máximo partido de una obra que está diseñada y elaborada para ustedes, para su uso y consulta. En alguna ocasión en que he hablado de diccionarios he recordado las palabras del lexicógrafo Manuel Seco, un maestro en el difícil arte y oficio de hacer diccionarios, cuando afirmaba que nuestra infrautilización del diccionario es equiparable a disponer de las obras completas de William Shakespeare y usarlas para calzar un sillón que no asienta bien.
Si hay una obra de cabecera por definición, esa debería ser el diccionario. Porque el diccionario nos abre las puertas de las palabras, que en una expresión muy literaria y muy cinematográfica, son la materia de la que están hechos los sueños, nuestros sueños, y también nuestras realidades.
Escribía Charles Bally, un lingüista suizo, discípulo de Ferdinand de Saussure, que "El lenguaje natural, ese que todos hablamos, no está al servicio ni de la razón pura ni del arte; no apunta a un ideal lógico ni a un ideal literario; su función primordial y constante no es la de construir silogismos, ni la de redondear periodos, ni la de plegarse a las leyes del alejandrino. El lenguaje está simplemente al servicio de la vida, y no de la vida de unos pocos, sino de la de todos […]". Decía al comienzo que hoy las Academias de la lengua española ponen en nuestras manos este diccionario, y fíjense bien que digo en nuestras manos, no como adorno en nuestros libreros. Propongo que nos hagamos eco de las palabras de Charles Bally y pongamos esta nueva obra académica al servicio de nuestra vida.
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