lunes, 8 de agosto de 2011

El nombre de las tormentas

    Nuestra localización geográfica nos enfrenta cada año a una temporada ciclónica que nos mantiene en vilo. Fenómenos atmosféricos que nos rozan, nos tocan de lleno o pasan de largo. Los caribeños estamos familiarizados con sus nombres - unas veces en inglés, otras en español - que van siguiendo un riguroso orden alfabético, como si de una lista escolar se tratara. Estos nombres propios que se asignan a los fenómenos atmosféricos siguen la regla de escribirse con mayúscula inicial: David, George o la muy reciente Emily. Es completamente innecesario, como hemos leído en estos días, destacarlos con el uso de la cursiva o de las comillas. Los nombres genéricos que los acompañan se escriben, en cambio, con minúscula inicial: el ciclón David, el tifón Fred, el huracán Mitch o la tormenta Emily. Estos nombres comunes tienen orígenes interesantes que nos traen recuerdos de navegaciones y viajes. La palabra tifón designa a los huracanes que se producen en el mar de China y procede del portugués tufao y este, a su vez, del árabe clásico con influencias del latín y el griego. Del griego también procede el sustantivo ciclón. La palabra huracán, de origen taíno, nació en nuestras tierras para nombrar una realidad que a los taínos, como a nosotros, les debía resultar cotidiana. Estos "personajes" atmosféricos adquieren desgraciado protagonismo en estos meses y los vemos aparecer en titulares de prensa como si de verdaderos divos se tratara. Si tenemos que convivir con ellos aprendamos a prevenir sus consecuencias y a llamarlos por su nombre.       


 

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