lunes, 6 de diciembre de 2010

Renunciar a la imaginación


 

    Oí en estos días en la radio un comentario de una pareja de jóvenes locutores que me preocupó por lo que supone de renuncia al ejercicio de la propia imaginación, rasgo que, como pocos, nos define como seres humanos. Cuando una obra literaria es adaptada como guión cinematográfico es habitual oír a la gente decir que esperará a la película para no leer el libro. El escasísimo hábito de lectura que se ha impuesto entre nosotros provoca que este tipo de afirmaciones haya dejado de sorprendernos. Sin embargo, el comentario de los jóvenes locutores iba mucho más allá. Según ellos un lector nunca podría llegar a imaginarse solo, y sólo con la lectura, lo que veía plasmado en la pantalla de cine.


 

    No me extraña que estos jóvenes no lean mucho. Han perdido la capacidad y han renunciado al placer de ejercer su propia imaginación a partir de un texto escrito. El poder evocador de la palabra escrita, en el que se basan la grandeza y el misterio de la literatura, pierde su fuerza cuando los lectores dejan de imaginar por ellos mismos y se limitan a imaginar por "cabeza ajena". Algunas personas que se han visto privadas de la libertad se aferran al pensamiento y la imaginación como únicos derechos de los que no pueden ser despojados. Otras, como estos jóvenes, renuncian a ambos por simple pereza o incapacidad. Una periodista amiga me escribía hace unos días sobre un interesante consejo que había leído en la red para los que prefieren esperar a la película: no esperen más para consultar el diccionario: no será el guión de ninguna película.

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