martes, 9 de marzo de 2010

La fragua del sentido: un ejercicio de generosidad intelectual


 

La lectura de La fragua del sentido, la obra de Bruno Rosario Candelier que nos convoca hoy aquí, supone embarcarse en un viaje; un viaje bajo el signo del lenguaje en el que seguimos la estela de las letras. Lamento no poder atribuirme el mérito de la autoría de estas hermosas palabras. No he hecho más que reproducir los títulos de las dos primeras partes de la obra: "Bajo el signo del lenguaje" y "La estela de las palabras".

Se resumen en ellos los dos grandes amores de nuestro director y maestro: la lengua y la literatura, la materia prima del lenguaje y la creación literaria. En el capítulo dedicado a "La lengua en el desarrollo de la personalidad" nos confiesa el autor su convicción de que cada ser humano tiene una misión en la vida y está llamado a realizar una encomienda […]. Esa misión le da sentido y trascendencia a la vida misma". El recorrido detenido de estas páginas va perfilando esta encomienda trascendente que fragua el sentido de la vida del autor.

Su conocimiento profundo de la lengua española como instrumento de comunicación y de creación le permite acercarse a los textos literarios con las armas necesarias para poder desentrañarlos. Su dominio de la variedad lingüística dominicana y de la historia de nuestra literatura y de sus creadores nos aporta una panorámica de primera mano de la actividad literaria de la República Dominicana, de los creadores de otras épocas y de las páginas y los versos que se están fraguando día a día.

Encontrar un crítico literario perspicaz y sensible no es una labor fácil. Encontrar un crítico literario con un conocimiento amplio y profundo de la materia prima a la que dedica su trabajo es una labor ardua. Mucho más delicado es encontrar un crítico que sepa transmitir ese conocimiento a sus lectores y a sus alumnos e inocularles el virus de la pasión por la literatura. Bruno Rosario conjuga todas estas virtudes y hace nuestros sus logros a lo largo de estas páginas. Tiene el don de saber movilizar tanto a los lectores como a los creadores e investigadores, como un verdadero acicate de conciencias. Hace gala, además, rara avis en los tiempos que corren, de una generosidad intelectual incomparable.

Entre estas páginas nos encontramos con los análisis de las aportaciones de insignes lingüistas, como Don Rafael González Tirado y Don Manuel Matos Moquete, o con los estudios de las obras literarias de Federico Henríquez Gratereaux, Víctor Villegas o Marcio Veloz Maggiolo. Se ejerce en ellas con maestría el difícil arte de hacer crítica literaria desde la cercanía. Una vez más se nos muestra en toda su dimensión el talante generoso y la vocación docente y comunicadora de un maestro.

Me tiran más, como diríamos en mi tierra, a la que también se le dedican preciosas palabras en este libro, los temas dedicados a la lengua. Me inclino por la lectura de las orientaciones sobre el estudio de la norma o sobre la labor lexicográfica, que se encuentra entre las de mayor trascendencia de las que se le encomiendan a la Academia, como institución cultural y de investigación.

Jugosas son las páginas que Bruno le dedica a su estancia de trabajo en España en la sede de la Real Academia Española y a sus aportaciones a la realización de la nueva edición del Diccionario de la Lengua Española y del esperado Diccionario Académico de Americanismos. Jugosos también los comentarios acerca de la tarea realizada por esta corporación académica, bajo la dirección de Bruno, en la segunda edición del Diccionario Didáctico Avanzado, elaborado por la editorial SM y esta casa. Dice Bruno Rosario en su prólogo a la obra didáctica académica: El diccionario proporciona el sentido de las palabras y abre a un mundo de sorpresas y revelaciones mediante la ilustración pertinente. En este diccionario el estudiante dominicano va a encontrar no sólo el significado de los vocablos sino el matiz peculiar del habla criolla, la voz familiar, la jerga nativa o la voz vinculada a nuestra idiosincrasia y a nuestra historia. Es decir, aquí se enseñorean los dominicanismos con la misma naturalidad con la que hablamos del mangú o del viejevo, del pariguayo o la ciguapa". La perspicacia y la afinación a la hora de valorar y definir los dominicanismos, de la que he sido testigo en las largas sesiones de trabajo para estos diccionarios, rindió sus frutos académicos y lexicográficos. La presencia del léxico dominicano en las obras académicas y en diccionarios didácticos locales con altura y con corrección filológica le debe mucho a la labor de Rosario Candelier.

No me resisto a mencionar su aportación a la Nueva gramática de la lengua española, que hace días presentamos en esta casa. Largas jornadas de revisiones y aportes que han fructificado en una obra magna realizada en colaboración por la Asociación de Academias de la Lengua Española, de la que forma parte nuestra Academia Dominicana. (43.2h). Las obras de nuestros autores dominicanos ejemplifican el uso correcto del español culto. La importancia de esta presencia en las obras académicas de consulta debe ser valorada en su justa medida. Se agradece ver entre sus páginas una cita como la de El sueño era Cipango: "¡Que el Señor bendiga vuestra futura unión!". Forma parte de ese maravilloso 70% de textos americanos que explican fenómenos morfológicos y sintácticos comunes a todos los hispanohablantes. Un aporte inigualable para elevar la maltrecha imagen que vemos día a día de nuestra lengua y la baja autoestima que observamos entre nuestros hablantes, por desconocimiento unas veces, por falta de formación otras. Contra estos dos males nefastos, el desconocimiento y la falta de formación, lucha desde estas páginas y desde todas sus páginas, y también desde esta tribuna, Bruno Rosario.

Su concepción de la lengua como un patrimonio común de los hablantes lo motiva a defenderla y a enriquecerla con el buen decir de los que él llama, con regusto renacentista, los hablantes ejemplares, los que se encuentran en esa difícil encrucijada entre el purismo y la chapucería. Para Bruno Rosario "el mal uso erosiona la esencia del idioma" y no duda en señalarnos los usos incorrectos. Con afán normativo, desde luego, pero como un aliciente para mejorar. Para Don Bruno "algunos yerros nos entierran y, a veces, otros nos alientan a renovarnos y a crecer". Una meta, la del crecimiento, a la que debemos aspirar todos los hablantes conscientes de la trascendencia de una expresión correcta y acertada.

Se reconoce y se valora a lo largo de su obra crítica la labor de comunicadores, de profesores y de investigadores de nuestra lengua por su aporte imprescindible a la formación lingüística de los hablantes dominicanos. Se ensalza la obra de los intelectuales y de los creadores literarios, por su contribución a que nuestra lengua y nuestra cultura tengan el peso y la presencia que nos merecemos todos, hablantes y especialistas. Su tarea en la Academia se ha visto premiada por la habitual presencia entre nosotros de los más destacados hablantes y escribientes de la República Dominicana y de otros territorios del español. Su presencia en los foros culturales, académicos e intelectuales internacionales nos llena de orgullo al sentirnos bien representados.

De seguro que ya está cargado de ideas que pondrá inmediatamente a materializarse, porque si hay una palabra que no existe en el amplio léxico de Bruno, no por desconocida, sino por innecesaria, es el verbo posponer. Su energía intelectual inagotable nos pone a todos a trabajar y a él el primero, lo que agradecemos sobre manera. Porque como él mismo nos asegura en estas páginas: "El que sabe lo que dice, casi siempre sabe cómo lo dice". Y Bruno sabe lo que dice y sabe cómo lo dice.

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