Los recientes acontecimientos internacionales nos han obligado a utilizar topónimos y gentilicios poco frecuentes. Túnez, el país y su capital, se convirtieron, por obra y gracia de la ignorancia o, peor aún, de la parejería, en *Tunicia, y los tunecinos en *tunicios. Egipto y los egipcios han salido mejor parados y, al final, nos hemos aprendido el gentilicio para los cairotas, los naturales de El Cairo, la capital egipcia. La lejana Pekín, o Pequín, como también puede escribirse, se convierte demasiado a menudo en Beijing; por cierto, no sé cómo tendríamos que llamar al delicioso pato a la pekinesa.
Sin necesidad de viajar tan lejos, muchos vienen a menudo de Miami y Canada (pronunciados en inglés [maiami] y [cánada]) o de Milano, a pesar de que todos estos topónimos tienen su forma genuinamente española: Miami, leído tal y como se escribe, Milán y Canadá, con sus tildes de toda la vida en la a final, por ser palabras agudas terminadas en vocal y ene. La hispanización de los topónimos extranjeros los somete a las normas de acentuación de nuestra lengua: París (Paris en francés) y Berlín (Berlin en alemán) son agudas en español y llevan tilde porque terminan en ese y ene, respectivamente, aunque en sus lenguas no la lleven.
Solo para los topónimos extranjeros que no cuentan con una forma asentada en español se aconseja la transferencia fiel de la forma en su lengua original. La recomendación académica es conservar la forma tradicional española, si existe, siempre que hablemos o escribamos en español.