Este espacio está dedicado a promover las actividades de la Tertulia Lingüística de la Academia Dominicana de la lengua. Nuestro nombre está inspirado en la obra El ánfora del lenguaje de Bruno Rosario Candelier, ideador y promotor de esta tertulia. En su introducción podemos leer: "Todo lo que entraña la palabra, en atención al hermoso don del lenguaje, la reflexión y la creatividad, justifica conocerla y estudiarla en todas sus vertientes expresivas".
lunes, 29 de marzo de 2010
sábado, 20 de marzo de 2010
El Diccionario Panhispánico de Dudas es un buen punto de partida para analizar el género gramatical
género1. Esta palabra tiene en español los sentidos generales de 'conjunto de seres u objetos establecido en función de características comunes' y 'clase o estilo': «El citado autor [...] ha clasificado los anuncios por géneros» (Díaz Radio [Esp. 1992]); «Ese género de vida puede incluso agredir a su salud mental» (Grande Fábula [Esp. 1991]). En gramática significa 'propiedad de los sustantivos y de algunos pronombres por la cual se clasifican en masculinos, femeninos y, en algunas lenguas, también en neutros': «El pronombre él, por ejemplo, indica género masculino» (Casares Lexicografía [Esp. 1950]). Para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término sexo:
«En el mismo estudio, las personas de sexo femenino adoptaban una conducta diferente» (Barrera/Kerdel Adolescente [Ven. 1976]). Por tanto, las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género). No obstante, en los años setenta del siglo xx, con el auge de los estudios feministas, se comenzó a utilizar en el mundo anglosajón el término género (ingl. gender) con un sentido técnico específico, que se ha extendido a otras lenguas, entre ellas el español. Así pues, en la teoría feminista, mientras con la voz sexo se designa una categoría meramente orgánica, biológica, con el término género se alude a una categoría sociocultural que implica diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral, etc. Es en este sentido en el que cabe interpretar expresiones como estudios de género, discriminación de género, violencia de género, etc. Dentro del ámbito específico de los estudios sociológicos, esta distinción puede resultar útil e, incluso, necesaria. Es inadmisible, sin embargo, el empleo de la palabra género sin este sentido técnico preciso, como mero sinónimo de sexo, según se ve en los ejemplos siguientes: «El sistema justo sería aquel que no asigna premios ni castigos en razón de criterios moralmente irrelevantes (la raza, la clase social, el género de cada persona)» (País@[Esp.] 28.11.02); «Los mandos medios de las compañías suelen ver como sus propios ingresos dependen en gran medida de la diversidad étnica y de género que se da en su plantilla» (Mundo [Esp.] 15.1.95); en ambos casos debió decirse sexo, y no género. Para las expresiones discriminación de género y violencia de género existen alternativas como discriminación o violencia por razón de sexo, discriminación o violencia contra las mujeres,
violencia doméstica, violencia de pareja o similares.
Diccionario panhispánico de dudas ©2005
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
género2. 1. Los sustantivos en español pueden ser masculinos o femeninos. Cuando el sustantivo designa seres animados, lo más habitual es que exista una forma específica para cada uno de los dos géneros gramaticales, en correspondencia con la distinción biológica de sexos, bien por el uso de desinencias o sufijos distintivos de género añadidos a una misma raíz, como ocurre en gato/gata, profesor/profesora,
nene/nena, conde/condesa, zar/zarina; bien por el uso de palabras de distinta raíz según el sexo del referente (heteronimia), como ocurre en hombre/mujer, caballo/yegua, yerno/nuera; no obstante, son muchos los casos en que existe una forma única, válida para referirse a seres de uno u otro sexo: es el caso de los llamados «sustantivos comunes en cuanto al género» (→ a) y de los llamados «sustantivos epicenos» (→ b). Si el referente del sustantivo es inanimado, lo normal es que sea solo masculino (cuadro, césped, día) o solo femenino (mesa, pared, libido), aunque existe un grupo de sustantivos que poseen ambos géneros, los denominados tradicionalmente «sustantivos ambiguos en cuanto al género» (→ c).
a) Sustantivos comunes en cuanto al género. Son los que, designando seres animados, tienen una sola forma, la misma para los dos géneros gramaticales. En cada enunciado concreto, el género del sustantivo, que se corresponde con el sexo del referente, lo señalan los determinantes y adjetivos con variación genérica: el/la pianista; ese/esa psiquiatra; un buen/una buena profesional. Los sustantivos comunes se comportan, en este sentido, de forma análoga a los adjetivos de una sola terminación, como feliz, dócil, confortable, etc., que se aplican, sin cambiar de forma, a sustantivos tanto masculinos como femeninos: un padre/una madre feliz, un perro/una perra dócil, un sillón/una silla confortable.
b) Sustantivos epicenos. Son los que, designando seres animados, tienen una forma única, a la que corresponde un solo género gramatical, para referirse, indistintamente, a individuos de uno u otro sexo. En este caso, el género gramatical es independiente del sexo del referente. Hay epicenos masculinos (personaje, vástago, tiburón, lince) y epicenos femeninos (persona, víctima, hormiga, perdiz). La concordancia debe establecerse siempre en función del género gramatical del sustantivo epiceno, y no en función del sexo del referente; así, debe decirse La víctima, un hombre joven, fue trasladada al hospital más cercano, y no La víctima, un hombre joven, fue trasladado al hospital más cercano. En el caso de los epicenos de animal, se añade la especificación macho o hembra cuando se desea hacer explícito el sexo del referente: «La orca macho permanece cerca de la rompiente [...], zarandeada por las aguas de color verdoso» (Bojorge Aventura [Arg. 1992]).
c) Sustantivos ambiguos en cuanto al género. Son los que, designando normalmente seres inanimados, admiten su uso en uno u otro género, sin que ello implique cambios de significado: el/la armazón, el/la dracma, el/la mar, el/la vodka. Normalmente la elección de uno u otro género va asociada a diferencias de registro o de nivel de lengua, o tiene que ver con preferencias dialectales, sectoriales o personales. No deben confundirse los sustantivos ambiguos en cuanto al género con los casos en que el empleo de una misma palabra en masculino o en femenino implica cambios de significado: el cólera ('enfermedad') o la cólera ('ira'); el editorial ('artículo de fondo no firmado') o la editorial ('casa editora'). De entre los sustantivos ambiguos, tan solo ánade y cobaya designan seres animados.
2. Uso del masculino en referencia a seres de ambos sexos
2.1. En los sustantivos que designan seres animados, el masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: El hombre es el único animal racional; El gato es un buen animal de compañía. Consecuentemente, los nombres apelativos masculinos, cuando se emplean en plural, pueden incluir en su designación a seres de uno y otro sexo: Los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales; En mi barrio hay muchos gatos (de la referencia no quedan excluidas ni las mujeres prehistóricas ni las gatas). Así, con la expresión los
alumnos podemos referirnos a un colectivo formado exclusivamente por alumnos varones, pero también a un colectivo mixto, formado por chicos y chicas. A pesar de ello, en los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita en estos casos la alusión a ambos sexos: «Decidió luchar ella, y ayudar a sus compañeros y compañeras» (Excélsior [Méx.] 5.9.96). Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva; así pues, en el ejemplo citado pudo —y debió— decirse, simplemente, ayudar a sus compañeros. Solo cuando la oposición de sexos es un factor relevante en el contexto, es necesaria la presencia explícita de ambos géneros: La proporción de alumnos y alumnas en las aulas se ha ido invirtiendo progresivamente; En las actividades deportivas deberán participar por igual alumnos y alumnas. Por otra parte, el afán por evitar esa supuesta discriminación lingüística, unido al deseo de mitigar la pesadez en la expresión provocada por tales repeticiones, ha suscitado la creación de soluciones artificiosas que contravienen las normas de la gramática: las y los ciudadanos.
2.2. Para evitar las engorrosas repeticiones a que da lugar la reciente e innecesaria costumbre de hacer siempre explícita la alusión a los dos sexos (los niños y las niñas, los ciudadanos y ciudadanas, etc.; → 2.1), ha comenzado a usarse en carteles y circulares el símbolo de la arroba (@) como recurso gráfico para integrar en una sola palabra las formas masculina y femenina del sustantivo, ya que este signo parece incluir en su trazo las vocales a y o:
l@s niñ@s. Debe tenerse en cuenta que la arroba no es un signo lingüístico y, por ello, su uso en estos casos es inadmisible desde el punto de vista normativo; a esto se añade la imposibilidad de aplicar esta fórmula integradora en muchos casos sin dar lugar a graves inconsistencias, como ocurre en Día del niñ@, donde la contracción del solo es válida para el masculino niño.
3. formación del femenino en profesiones, cargos, títulos o actividades humanas. Aunque en el modo de marcar el género femenino en los sustantivos que designan profesiones, cargos, títulos o actividades influyen tanto cuestiones puramente formales —la etimología, la terminación del masculino, etc.— como condicionamientos de tipo histórico y sociocultural, en especial el hecho de que se trate o no de profesiones o cargos desempeñados tradicionalmente por mujeres, se pueden establecer las siguientes normas, atendiendo únicamente a criterios morfológicos:
a) Aquellos cuya forma masculina acaba en -o forman normalmente el femenino sustituyendo esta vocal por una -a:
bombero/bombera, médico/médica, ministro/ministra, ginecólogo/ginecóloga. Hay excepciones, como piloto, modelo o testigo, que funcionan como comunes: el/la piloto, el/la modelo, el/la testigo (no debe considerarse una excepción el sustantivo reo, cuyo femenino etimológico y aún vigente en el uso es rea, aunque funcione asimismo como común: la reo). También funcionan normalmente como comunes los que proceden de acortamientos: el/la fisio, el/la otorrino. En algún caso, el femenino presenta la terminación culta -isa (del lat. -issa), por provenir directamente del femenino latino formado con este sufijo: diácono/diaconisa; y excepcionalmente hay voces que tienen dos femeninos, uno en -a y otro con la terminación -esa (variante castellana de -isa): diablo, fem. diabla o diablesa; vampiro, fem. vampira o vampiresa.
b) Los que acaban en -a funcionan en su inmensa mayoría como comunes: el/la atleta, el/la cineasta, el/la guía, el/la logopeda, el/la terapeuta,
el/la pediatra. En algunos casos, por razones etimológicas, el femenino presenta la terminación culta -isa: profetisa, papisa. En el caso de poeta, existen ambas posibilidades: la poeta/poetisa. También tiene dos femeninos la voz guarda, aunque con matices significativos diversos (→ guarda): la guarda/guardesa. Son asimismo comunes en cuanto al género los sustantivos formados con el sufijo -ista:
el/la ascensorista, el/la electricista, el/la taxista. Es excepcional el caso de modista, que a partir del masculino normal el modista ha generado el masculino regresivo modisto.
c) Los que acaban en -e tienden a funcionar como comunes, en consonancia con los adjetivos con esta misma terminación, que suelen tener una única forma (afable,
alegre,
pobre, inmune, etc.): el/la amanuense, el/la cicerone, el/la conserje, el/la orfebre, el/la pinche. Algunos tienen formas femeninas específicas a través de los sufijos -esa, -isa o -ina:
alcalde/alcaldesa, conde/condesa, duque/duquesa, héroe/heroína, sacerdote/sacerdotisa (aunque sacerdote también se usa como común: la sacerdote). En unos pocos casos se han generado femeninos en -a, como en jefe/jefa, sastre/sastra, cacique/cacica.
Dentro de este grupo están también los sustantivos terminados en -ante o -ente, procedentes en gran parte de participios de presente latinos, y que funcionan en su gran mayoría como comunes, en consonancia con la forma única de los adjetivos con estas mismas terminaciones (complaciente, inteligente, pedante, etc.): el/la agente,
el/la conferenciante, el/la dibujante, el/la estudiante. No obstante, en algunos casos se han generalizado en el uso femeninos en -a, como clienta, dependienta o presidenta. A veces se usan ambas formas, con matices significativos diversos: la gobernante ('mujer que dirige un país') o la gobernanta (en una casa, un hotel o una institución, 'mujer que tiene a su cargo el personal de servicio').
d) Los pocos que terminan en -i o en -u funcionan también como comunes: el/la maniquí, el/la saltimbanqui, el/la gurú.
e) En cuanto a los terminados en -y, el femenino de rey es reina, mientras que los que toman modernamente esta terminación funcionan como comunes: el/la yóquey.
f) Los que acaban en -or forman el femenino añadiendo una -a: compositor/compositora, escritor/escritora, profesor/profesora, gobernador/gobernadora. En algunos casos, el femenino presenta la terminación culta -triz (del lat. -trix, -tricis), por provenir directamente de femeninos latinos formados con este sufijo: actor/actriz, emperador/emperatriz.
g) Los que acaban en -ar o -er, así como los pocos que acaban en -ir o -ur, funcionan hoy normalmente como comunes, aunque en algunos casos existen también femeninos en -esa o en -a:
el/la auxiliar, el/la militar,
el/la escolar (pero el juglar/la juglaresa), el/la líder (raro lideresa), el/la chofer o el/la chófer (raro choferesa), el/la ujier,
el/la sumiller, el/la bachiller (raro hoy bachillera), el/la mercader (raro hoy mercadera), el/la faquir,
el/la augur.
h) Los agudos acabados en -n y en -s forman normalmente el femenino añadiendo una -a:
guardián/guardiana, bailarín/bailarina, anfitrión/anfitriona,
guardés/guardesa, marqués/marquesa, dios/ diosa. Se exceptúan barón e histrión, cuyos femeninos se forman a través de los sufijos -esa e -isa, respectivamente: baronesa, histrionisa. También se apartan de esta regla la palabra rehén, que funciona como epiceno masculino (el rehén) o como común (el/la rehén), y la voz edecán, que es común en cuanto al género (el/la edecán;
→ edecán). Por su parte, las palabras llanas con esta terminación funcionan como comunes: el/la barman.
i) Los que acaban en -l o -z tienden a funcionar como comunes: el/la cónsul,
el/la corresponsal, el/la timonel, el/la capataz, el/la juez, el/la portavoz, en consonancia con los adjetivos terminados en estas mismas consonantes, que tienen, salvo poquísimas excepciones, una única forma, válida tanto para el masculino como para el femenino: dócil,
brutal, soez, feliz (no existen las formas femeninas *dócila, *brutala, *soeza, *feliza). No obstante, algunos de estos sustantivos han desarrollado con cierto éxito un femenino en -a, como es el caso de juez/jueza, aprendiz/aprendiza,
concejal/concejala o bedel/bedela.
j) Los terminados en consonantes distintas de las señaladas en los párrafos anteriores funcionan como comunes: el/la chef, el/la médium, el/la pívot. Se exceptúa la voz abad, cuyo femenino es abadesa. Es especial el caso de huésped, pues aunque hoy se prefiere su uso como común (el/la huésped), su femenino tradicional es huéspeda.
k) Independientemente de su terminación, funcionan como comunes los nombres que designan grados de la escala militar: el/la cabo, el/la brigada, el/la teniente, el/la brigadier, el/la capitán, el/la coronel, el/la alférez; los sustantivos que designan por el instrumento al músico que lo toca: el/la batería, el/la corneta, el/la contrabajo; y los sustantivos compuestos que designan persona: el/la mandamás, el/la sobrecargo, un/una cazatalentos, un/una sabelotodo, un/una correveidile.
l) Cuando el nombre de una profesión o cargo está formado por un sustantivo y un adjetivo, ambos elementos deben ir en masculino o femenino dependiendo del sexo del referente; por tanto, debe decirse la primera ministra, una intérprete jurada, una detective privada, etc., y no la primera ministro, una intérprete jurado, una detective privado, etc.: «Me llamo Patricia Delamo y soy detective privada» (Beccaria Luna [Esp. 2001]).
4. género de los nombres de países y ciudades. En la asignación de género a los nombres propios de países y ciudades influye sobre todo la terminación, aunque son muy frecuentes las vacilaciones. En general puede decirse que los nombres de países que terminan en -a átona concuerdan en femenino con los determinantes y adjetivos que los acompañan: «Serán los protagonistas de la Colombia del próximo siglo» (Tiempo [Col.] 2.1.90); «Hizo que la vieja España pensara sobre sus colonias» (Salvador Ecuador [Ec. 1994]); mientras que los que terminan en -a tónica o en otra vocal, así como los terminados en consonante, suelen concordar en masculino: «Para que [...] construyan juntos el Panamá del futuro» (Siglo [Pan.] 15.5.97); «El México de hoy ya no es el México de hace tres años» (Proceso [Méx.] 19.1.97); «La participación de Rusia en el Iraq que resultará de la guerra dependerá de si adopta una "postura constructiva" en la ONU» (Razón [Esp.] 9.4.03). En lo que respecta a las ciudades, las que terminan en -a suelen concordar en femenino: «Hallado un tercer foro imperial en la Córdoba romana» (Vanguardia [Esp.] 10.3.94); mientras que las que terminan en otra vocal o en consonante suelen concordar en masculino, aunque en todos los casos casi siempre es posible la concordancia en femenino, por influjo del género del sustantivo ciudad:
«Puso como ejemplo de convivencia cultural y religiosa el Toledo medieval» (Vanguardia [Esp.] 16.10.95); «Ya vuela [...] sobre la Toledo misteriosa» (Reyes Letras [Méx. 1946]); «El Buenos Aires caótico de frenéticos muñecos con cuerda» (Sábato Héroes [Arg. 1961]); «Misteriosa Buenos Aires» (Mujica Buenos Aires [Arg. 1985] tít.). Con el cuantificador todo antepuesto, la alternancia de género se da con todos los nombres de ciudades, independientemente de su terminación: «—¿Lo sabías tú? —Bueno, Javier, lo sabe todo Barcelona» (Mendoza Verdad [Esp. 1975]); «Por toda Barcelona corre un rumor de llanto y de promesa» (Semprún Autobiografía [Esp. 1977]). La expresión masculina «el todo + nombre de ciudad» se ha lexicalizado en países como México y España con el sentido de 'élite social de una ciudad': «Su pequeño bar es el lugar donde se reúne "el todo Barcelona"» (Domingo Sabor [Esp. 1992]).
5. Sobre el género de abreviaturas, acortamientos, siglas y acrónimos, →
abreviatura, 4; acortamiento, 2; sigla, 4; acrónimo, 4.
El doble género gramatical de las palabras
martes, 9 de marzo de 2010
La fragua del sentido: un ejercicio de generosidad intelectual
La lectura de La fragua del sentido, la obra de Bruno Rosario Candelier que nos convoca hoy aquí, supone embarcarse en un viaje; un viaje bajo el signo del lenguaje en el que seguimos la estela de las letras. Lamento no poder atribuirme el mérito de la autoría de estas hermosas palabras. No he hecho más que reproducir los títulos de las dos primeras partes de la obra: "Bajo el signo del lenguaje" y "La estela de las palabras".
Se resumen en ellos los dos grandes amores de nuestro director y maestro: la lengua y la literatura, la materia prima del lenguaje y la creación literaria. En el capítulo dedicado a "La lengua en el desarrollo de la personalidad" nos confiesa el autor su convicción de que cada ser humano tiene una misión en la vida y está llamado a realizar una encomienda […]. Esa misión le da sentido y trascendencia a la vida misma". El recorrido detenido de estas páginas va perfilando esta encomienda trascendente que fragua el sentido de la vida del autor.
Su conocimiento profundo de la lengua española como instrumento de comunicación y de creación le permite acercarse a los textos literarios con las armas necesarias para poder desentrañarlos. Su dominio de la variedad lingüística dominicana y de la historia de nuestra literatura y de sus creadores nos aporta una panorámica de primera mano de la actividad literaria de la República Dominicana, de los creadores de otras épocas y de las páginas y los versos que se están fraguando día a día.
Encontrar un crítico literario perspicaz y sensible no es una labor fácil. Encontrar un crítico literario con un conocimiento amplio y profundo de la materia prima a la que dedica su trabajo es una labor ardua. Mucho más delicado es encontrar un crítico que sepa transmitir ese conocimiento a sus lectores y a sus alumnos e inocularles el virus de la pasión por la literatura. Bruno Rosario conjuga todas estas virtudes y hace nuestros sus logros a lo largo de estas páginas. Tiene el don de saber movilizar tanto a los lectores como a los creadores e investigadores, como un verdadero acicate de conciencias. Hace gala, además, rara avis en los tiempos que corren, de una generosidad intelectual incomparable.
Entre estas páginas nos encontramos con los análisis de las aportaciones de insignes lingüistas, como Don Rafael González Tirado y Don Manuel Matos Moquete, o con los estudios de las obras literarias de Federico Henríquez Gratereaux, Víctor Villegas o Marcio Veloz Maggiolo. Se ejerce en ellas con maestría el difícil arte de hacer crítica literaria desde la cercanía. Una vez más se nos muestra en toda su dimensión el talante generoso y la vocación docente y comunicadora de un maestro.
Me tiran más, como diríamos en mi tierra, a la que también se le dedican preciosas palabras en este libro, los temas dedicados a la lengua. Me inclino por la lectura de las orientaciones sobre el estudio de la norma o sobre la labor lexicográfica, que se encuentra entre las de mayor trascendencia de las que se le encomiendan a la Academia, como institución cultural y de investigación.
Jugosas son las páginas que Bruno le dedica a su estancia de trabajo en España en la sede de la Real Academia Española y a sus aportaciones a la realización de la nueva edición del Diccionario de la Lengua Española y del esperado Diccionario Académico de Americanismos. Jugosos también los comentarios acerca de la tarea realizada por esta corporación académica, bajo la dirección de Bruno, en la segunda edición del Diccionario Didáctico Avanzado, elaborado por la editorial SM y esta casa. Dice Bruno Rosario en su prólogo a la obra didáctica académica: El diccionario proporciona el sentido de las palabras y abre a un mundo de sorpresas y revelaciones mediante la ilustración pertinente. En este diccionario el estudiante dominicano va a encontrar no sólo el significado de los vocablos sino el matiz peculiar del habla criolla, la voz familiar, la jerga nativa o la voz vinculada a nuestra idiosincrasia y a nuestra historia. Es decir, aquí se enseñorean los dominicanismos con la misma naturalidad con la que hablamos del mangú o del viejevo, del pariguayo o la ciguapa". La perspicacia y la afinación a la hora de valorar y definir los dominicanismos, de la que he sido testigo en las largas sesiones de trabajo para estos diccionarios, rindió sus frutos académicos y lexicográficos. La presencia del léxico dominicano en las obras académicas y en diccionarios didácticos locales con altura y con corrección filológica le debe mucho a la labor de Rosario Candelier.
No me resisto a mencionar su aportación a la Nueva gramática de la lengua española, que hace días presentamos en esta casa. Largas jornadas de revisiones y aportes que han fructificado en una obra magna realizada en colaboración por la Asociación de Academias de la Lengua Española, de la que forma parte nuestra Academia Dominicana. (43.2h). Las obras de nuestros autores dominicanos ejemplifican el uso correcto del español culto. La importancia de esta presencia en las obras académicas de consulta debe ser valorada en su justa medida. Se agradece ver entre sus páginas una cita como la de El sueño era Cipango: "¡Que el Señor bendiga vuestra futura unión!". Forma parte de ese maravilloso 70% de textos americanos que explican fenómenos morfológicos y sintácticos comunes a todos los hispanohablantes. Un aporte inigualable para elevar la maltrecha imagen que vemos día a día de nuestra lengua y la baja autoestima que observamos entre nuestros hablantes, por desconocimiento unas veces, por falta de formación otras. Contra estos dos males nefastos, el desconocimiento y la falta de formación, lucha desde estas páginas y desde todas sus páginas, y también desde esta tribuna, Bruno Rosario.
Su concepción de la lengua como un patrimonio común de los hablantes lo motiva a defenderla y a enriquecerla con el buen decir de los que él llama, con regusto renacentista, los hablantes ejemplares, los que se encuentran en esa difícil encrucijada entre el purismo y la chapucería. Para Bruno Rosario "el mal uso erosiona la esencia del idioma" y no duda en señalarnos los usos incorrectos. Con afán normativo, desde luego, pero como un aliciente para mejorar. Para Don Bruno "algunos yerros nos entierran y, a veces, otros nos alientan a renovarnos y a crecer". Una meta, la del crecimiento, a la que debemos aspirar todos los hablantes conscientes de la trascendencia de una expresión correcta y acertada.
Se reconoce y se valora a lo largo de su obra crítica la labor de comunicadores, de profesores y de investigadores de nuestra lengua por su aporte imprescindible a la formación lingüística de los hablantes dominicanos. Se ensalza la obra de los intelectuales y de los creadores literarios, por su contribución a que nuestra lengua y nuestra cultura tengan el peso y la presencia que nos merecemos todos, hablantes y especialistas. Su tarea en la Academia se ha visto premiada por la habitual presencia entre nosotros de los más destacados hablantes y escribientes de la República Dominicana y de otros territorios del español. Su presencia en los foros culturales, académicos e intelectuales internacionales nos llena de orgullo al sentirnos bien representados.
De seguro que ya está cargado de ideas que pondrá inmediatamente a materializarse, porque si hay una palabra que no existe en el amplio léxico de Bruno, no por desconocida, sino por innecesaria, es el verbo posponer. Su energía intelectual inagotable nos pone a todos a trabajar y a él el primero, lo que agradecemos sobre manera. Porque como él mismo nos asegura en estas páginas: "El que sabe lo que dice, casi siempre sabe cómo lo dice". Y Bruno sabe lo que dice y sabe cómo lo dice.