martes, 29 de abril de 2014

Una noche lluviosa

En una lluviosa noche sevillana, hace muchos años, coincidí con el maestro Gabriel García Márquez. Nada más caer la tarde mi tía me llamó y me dijo: “Coge lo que tengas de García Márquez a mano y no faltes”. No quiso decirme nada más.
Cuando llegamos a casa de mis tíos, en medio de un aguacero primaveral, nos encontramos con el gran Gabo (siento cierto pudor al llamarlo así) y un grupo de amigos. Hablamos de lo divino y de lo humano; más de lo humano que de lo divino, de libros, de música, de comida y de toros. Entre los invitados, Chano Lobato y Juan Peña “Lebrijano”, dos extraordinarios cantaores flamencos.
Un cocido empezó a templar la madrugada y todos nos congregamos de pie alrededor de una gran mesa, como las que mi tía Lola sabe preparar. Las conversaciones se apagaron cuando Chano entonó un espléndido tango por bulerías; se silenciaron cuando Lebrijano arrancó a improvisar con un libro del colombiano entre las manos. García Márquez, el único que estaba sentado, se puso en pie y parecía querer secundarlo. Casi acabada la velada me senté junto a él y me firmó uno de sus libros. Yo no podía dejar de mirar la pluma en sus manos.
Habíamos llegado a Sevilla desde lejos movidos por una afición compartida: los toros. Al día siguiente el diestro colombiano César Rincón toreaba en la Maestranza. Desde mi asiento en el balconcillo maestrante divisé al Gabo que se sentaba en barrera. La llovizna sevillana, que no había cesado, se había convertido en un pertinaz aguacero macondiano que obligó a suspender la corrida. A lo lejos vi a García Márquez abandonar la plaza protegido por un paraguas grisáceo.

Cuando por fin asumí la muerte del colombiano universal esa imagen fue la primera que me vino a la mente. Y recordé que, como entonces, aunque el genio se alejara, siempre nos quedaría el universo literario que palabra a palabra supo construir para nosotros. 

martes, 22 de abril de 2014

Por consejo médico

              Los filólogos repetimos incansablemente la importancia del fomento de la lectura en los niños; nos resulta un poco más sorprendente que la recomendación venga de parte de un médico. Mañana celebramos el Día Internacional del Libro y quiero compartir las diez recomendaciones que la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria ha ofrecido a los padres.

      Organización: enseñar a los niños a organizar su tiempo y sus libros.
      Constancia: saber reservar un tiempo diario, precioso y relajado, para dedicarlo a la lectura.
      Elección: los padres debemos aprender a elegir los libros adecuados para cada niño.
     Atención: si aprendemos a escuchar a nuestros hijos sabremos ver en sus preguntas cuáles son sus intereses. Conocer a nuestros hijos nos ayudará a guiarlos hacia los libros que más les interesen.
   Estimulación: cualquier escusa es propicia para acercar a nuestros hijos a los libros. Si los tienen a su alcance, tarde o temprano provocarán su interés. 
      Ejemplo: los niños nos imitan si nos ven leer.
      Respeto: dejemos que nuestros hijos elijan sus lecturas.
      Propuestas: los niños no deben percibir la lectura como una obligación sino como un placer.
      Apoyo: estén a disposición de sus hijos cuando lean. Resuelvan sus dudas y estimulen su curiosidad.
      Contagio: el hábito de lectura se contagia. No renuncien a la lectura compartida; es una de las mejores experiencias de la paternidad.

              Mientras más temprana es la exposición de un niño a la lectura mejor se desarrolla su cerebro. Antes de los tres años los niños interiorizan el lenguaje y los silencios, la sonoridad y el contenido. Mis padres, no sé si por consejo facultativo, lo hicieron conmigo y funcionó; yo lo practiqué con mis hijos y también funcionó. Atrévanse a intentarlo con los suyos y se lo agradecerán siempre. 


Una lección más

El Diccionario del español dominicano nos está proporcionando muchas satisfacciones. Una de ellas la protagonizó un participante en el conversatorio que al DED le dedicamos en el Centro León en Santiago de los Caballeros.
En la tertulia final alguien se refirió a las obras que nos sirvieron para recopilar palabras. Se interesaba en saber si, además de las fuentes literarias, habíamos usado otro tipo de obras. Le preocupaba que las palabras de las jergas juveniles pudieran haber quedado excluídas del diccionario y se refirió en concreto a tro, que encontramos con frecuencia en el lenguaje juvenil coloquial y, sobre todo, en la música urbana.
Me encantó que propusiera este ejemplo porque su inclusión en el DED tiene historia. Cuando empezamos a encontrar ejemplos de su uso, sobre todo en páginas electrónicas y redes sociales, pensé por un momento que se trataba de una adaptación criolla del inglés truck. Mi reacción fue resoplar: otro anglicismo.
El sustantivo tro ( ‘gran cantidad de algo’) es una versión juvenil de un clásico: trox, troj, troje, troja. El DRAE registra una acepción que se refiere a un ‘espacio limitado por tabiques, para guardar frutos y especialmente cereales’, un granero de toda la vida. En la República Dominicana, y así lo recoge el DED, se usa la variante troje para referirse a una ‘carga de caña de azúcar’. Desde sus primeras apariciones en español (Corominas la documenta por primera vez en 1190) la han usado muchos grandes escritores: Quevedo, Ercilla, Lope de Vega, Machado, Valle Inclán, Unamuno,  Miguel Hernández o Neruda.

Los jóvenes, a los que a veces tanto criticamos por su forma de hablar, nos dieron una vez más una hermosa lección de preservación de nuestro léxico tradicional: una lección de historia de la lengua. 

martes, 8 de abril de 2014

Una preposición entrometida

Dos errores muy frecuentes en la lengua oral y en la escrita y que a mí me causan especial impaciencia son el queísmo y el dequeísmo  (hasta el nombre lo tienen feo). La causa del error no es otra que la ausencia de la preposición de (queísmo) cuando es necesaria o su presencia (dequeísmo) cuando no lo es.
Incurrimos en dequeísmo si utilizamos la preposición de seguida de la conjunción que cuando no es necesaria: *No pensó de que podría llover esa tarde. En cambio, nuestro error es el queísmo cuando eliminamos la preposición de ante la conjunción que cuando es necesaria: *Se olvidó que tenía que recoger a los niños.
A fuerza de oír y de leer estos errores, que son muy frecuentes, hay ocasiones en las que dudo. Para evitar equivocarme uso un truco que me enseñó un querido profesor de lengua en la escuela y que siempre me ha sido muy útil. Siempre que tengo dudas con alguna expresión pruebo a convertir el enunciado en cuestión en una pregunta.
Si la pregunta que resulta no va encabezada por la preposición de, entonces es que debemos prescindir de ella. En el ejemplo de dequeísmo anterior preguntaríamos ¿qué pensó? y no *¿de qué pensó? La preposición de sobra en esta construcción. 
Si la pregunta resultante nos obliga a usar la preposición de, entonces es que es imprescindible en nuestra frase. Volvamos a nuestro ejemplo de queísmo. Lo correcto sería preguntarnos ¿de qué se olvidó? y no ¿qué se olvidó? La preposición de es necesaria en esta frase. 

Háganse un autoanálisis y descubran si la preposición de les juega a veces malas pasadas. No se dejen vencer por ella. Es chiquita pero tupida pero nosotros lo somos más.

martes, 1 de abril de 2014

Compartir una lengua

Cuántas veces habremos oído que más de cuatrocientos millones de personas compartimos el español como lengua materna común. Cuántas veces hemos dicho que las palabras de esa lengua común viajan de un lado a otro, de una página a otra, de una boca a otra; unas viajan como turistas, otras emigran para quedarse, desde el nacimiento de nuestro idioma y cada día más veloces.
Pero una cosa es con guitarra y otra con violín; una cosa es oírlo y decirlo y otra muy distinta y mucho más emocionante es experimentarlo. La presentación del Diccionario del español dominicano en la Universidad de Miami nos demostró a todos que nuestro idioma común nos une más allá de fronteras físicas o políticas y más allá de circunstancias personales.
Los académicos dominicanos fuimos a Miami a presentarles a los dominicanos residentes allá una obra que les apoye en la tarea hermosa pero ardua de mantener la identidad lingüística  cuando se vive en un país con otra lengua oficial. Nos encontramos con una comunidad hispanohablante de las procedencias más variopintas pero que lleva a gala su lealtad lingüística. Comparten un inmenso caudal de palabras comunes y, además, intercambian una fuente inagotable de nuevas voces y significados llegados de los más remotos rincones. Los historiadores de la lengua rastrearán minuciosamente el viaje de cada una de estas palabras pero los hablantes han conseguido su verdadero objetivo: lograr que las fronteras se diluyan.

La Academia Norteamericana de la Lengua Española, nuestra anfitriona en Miami y dentro de poco en Nueva York, tiene como responsabilidad el estudio de esta impresionante realidad en una de las mayores comunidades de hablantes de español del mundo. Cuenta con nuestra admiración y nuestro respeto.