lunes, 28 de febrero de 2011

Me encantaría contar con su asistencia

María José Rincón González
Miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua

se complace en invitar a
los seguidores de El Ánfora de las palabras
al acto académico en el que pronunciará el discurso “El nacimiento de un nuevo diccionario dominicano: la pasión por nuestras palabras” con motivo de su incorporación como miembro de número a la Academia Dominicana de la Lengua, el 15 de marzo a las 5 de la tarde.

Academia Dominicana de la Lengua
Casa de las Academias
C/ Mercedes, 204, Zona Colonial

Un haz de palabras, un as de las palabras


 

    Hemos recibido muchas consultas acerca de la ortografía de haz, has y as. Así, sin más, podría parecer un trabalenguas. Vamos a intentar desenredar la madeja, que no es para tanto. La palabra haz son en realidad tres palabras, con tres distintos orígenes en latín, y con tres significados diferenciados. Si seguimos el diccionario académico un haz, masculino, es una 'porción atada de ciertas cosas', por ejemplo, un haz de leña; un haz, femenino, es una 'tropa ordenada'; y un haz, femenino, puede significar 'cara, rostro' o 'una de las caras de una cosa', como por ejemplo, el haz y el envés de las hojas de los árboles. Hay una cuarta posibilidad, tal vez la más frecuente: haz es también la segunda persona del singular del imperativo del verbo hacer: "haz tú la compra", "haz lo quieras".


 

    Si seseamos es posible que encontremos dificultad a la hora de distinguir haz (en sus cuatro posibilidades) de has. Nada más sencillo. Has, con hache y terminado en ese, es la segunda persona del singular del verbo haber, y la encontramos generalmente en los tiempos compuestos de los verbos: "has escrito la palabra correctamente". La tercera en discordia es la palabra as, con los significados de 'cierta carta de la baraja con el número uno', 'cara del dado con un solo punto' o 'persona que sobresale en una actividad'. Si tenemos claro de qué estamos hablando no nos será difícil decidirnos por la grafía correcta y convertirnos en ases de las palabras.

 

martes, 22 de febrero de 2011

Limpia, fija y da esplendor

    La Real Academia Española se fundó, allá por 1714, con el propósito de destacar la importancia de la lengua española entre las lenguas occidentales. Se eligió desde su fundación el ya famoso lema Limpia, fija y da esplendor y el emblema de un crisol puesto al fuego. Ambos nos hablan explícitamente del objetivo de trabajo y dedicación con el que surgió esta institución. Desde entonces ha mantenido, e incluso incrementado, su prestigio entre los hablantes de español en todo el mundo. Muchas veces este respeto ha estado teñido de ironía. César Nicolás Penson, en su cuento La escuela de antaño, compara en 1889 el afán controlador de la Academia con el de un maestro empeñado en encontrar en sus alumnos faltas contra la higiene: "Aquí era el desenvainar pies de todos los calibres, con medias o sin ellas, limpias, aunque rotas o remendadas. Es fama que de vez en cuando olíalas el maestro, fiel a su programa limpiador, como la Academia Española, por si querían pasarle contrabandos". Ironías a un lado, el ejemplo de la decana cundió en todos los países de habla hispana y son ahora veintidós, entre ellas la nuestra; todas trabajan mancomunadamente con un mismo objetivo en tres continentes y veintidós países. Este esfuerzo común nos exige a todos los académicos preparación, dedicación y responsabilidad. El crisol académico está más activo y más alerta que nunca.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Chivos sin ley


 

    Hacía mucho que no encontraba en una obra literaria contemporánea tantas y tan hermosas referencias a la lengua. Cada novela, cada poema o cada texto dramático son, en sí mismos, una alabanza a la creación humana que los hace posible y que es su materia prima: la lengua; pero en pocos encontramos unas palabras tan bonitas y tan certeras como estas de Muriel Barbery en su novela La elegancia del erizo: "La lengua, esta riqueza del hombre, y sus usos, esta elaboración de la comunidad social, son obras sagradas. Que evolucionen con el tiempo, se transformen, se olviden y renazcan, mientras, a veces, su transgresión se convierte en fuente de una mayor fecundidad, no altera en nada el hecho de que, para tomarse con ellas el derecho al juego y al cambio, antes hay que haberles declarado pleno sometimiento". En ellas se resumen el contraste entre la lengua y sus usos y el cambio imprescindible e inevitable para su supervivencia. Pero también nos recuerda la autora, con gracia pero con firmeza, muy de agradecer, que el sometimiento a unas reglas compartidas es imprescindible para que podamos tomarnos la libertad de jugar y de crear con nuestra lengua. ¡Qué gran ejercicio de responsabilidad y qué gran lección en tan pocas palabras! Una reflexión más necesaria, si cabe, en estos tiempos en que todos, aunque unos más que otros, nos hemos acostumbrado a ejercer de chivos sin ley en tantos aspectos de la vida, del que la lengua no es el menos importante.

martes, 8 de febrero de 2011

Los nombres de nuestra lengua

    Solemos referirnos a nuestra lengua materna como el español; usamos también la voz castellano. Ambas denominaciones son correctas y podrían considerarse sinónimas y usarse indistintamente. El que se considera el primer diccionario de nuestra lengua, escrito por allá por 1611 por Sebastián de Covarrubias, se titulaba Tesoro de la lengua castellana o española. Español es el nombre preferido y generalizado cuando, en otros idiomas, se refieren al nuestro: en inglés Spanish, en alemán Spanisch, en francés espagnol o en italiano spagnolo, por citar solo unos cuantos.

    La palabra español ha levantado históricamente algunas suspicacias en Hispanoamérica y en la propia España: en Hispanoamérica por considerársela demasiado vinculada a la antigua metrópoli; en España por entender que las demás lenguas que se hablan en su territorio son también españolas. Estos recelos inclinan a algunos hablantes por el uso del término castellano. Sin embargo, el uso de castellano para nombrar a la lengua compartida por los hispanohablantes podría resultar impreciso. Castellano es también el dialecto románico que surgió en Castilla en la Edad Media y la variedad de nuestra lengua que se habla en la actualidad en esa región española. Como pasa casi siempre, los sinónimos resultan un poco ficticios. La elección de uno u otro puede estar preñada de significado. La llamemos como la llamemos, nuestra lengua nos demuestra día a día, y palabra a palabra, su riqueza de matices y de posibilidades expresivas. Empeñémonos en aprenderla, valorarla y utilizarla correctamente. El español, o el castellano, a su gusto, sabrá recompensárnoslo con creces.